“Hazlo y
descubrirás algo impresionante”.
Todavía se
le abrían los ojos al recordar esas palabras premonitorias.
¿Quién era
él realmente?
Cuán ciertas
habían resultado ser.
“Los metan pieders…,
ellos tienen la verdad”, le habían dicho en un foro de internet, “Ve con ellos.
Hazlo y descubrirás algo impresionante”. Alguna de esas palabras por alguna
razón lo habían enloquecido y había decidido partir, él, un cuarentón calvo y
obeso que a duras penas podía levantarse de su cama para ir a orinar. Y entonces al mes siguiente, aprovechando que
le habían dado vacaciones, había recorrido quinientos kilómetros para
encontrarlos: su auto se había averiado a mitad de camino, había gastado un
cuarto de todo su dinero en arreglarlo y después había tenido que atravesar una
ruta fangosa en la que casi queda atascado, pero finalmente había encontrado el
último refugio de los metan pieders, Faráum. Ubicada en un bosque de pinos que
lindaba con unas altísimas montañas, Faráum era apenas un conjunto de
escuálidas casas de madera que se erguían torpemente entre grandes matas de
arbustos por los que era molesto transitar. Allí había sido recibido por los
metan pieders: personillas de escasa estatura, ojos achinados y piel tostada,
que resultaron ser extremadamente afables. Luego de compartir una comida con
ellos consistente de carne de cerdo, queso de cabra y algunas frutas y
verduras, durante la que no habían
dejado de gastarse bromas que los hacían reaccionar de forma tal que hacían
creer que no había personas más felices en el mundo que ellos, les había
preguntado cómo podía conocer la verdad. Ellos se habían mirado entre sí, como
si se estuvieran comunicándose telepáticamente, y después de afirmar con la
cabeza lo habían llevado ante un chamán llamado Ethum Gafagag Nenta Pom
Trememeth, que en su idioma significa “Él mismo número noventa y cinco
cuatrillones doscientos sesenta y un mil”. La manera cadenciosa en que Ethum se
dirigía a él y su mirada profunda lo habían cautivado desde el primer momento;
no sabía por qué, pero todo brillaba en él cuando lo veía. Ethum le había hecho
fumar en una pipa de madera una combinación de hojas con colores y formas
extrañas: algunas se veían como corazones violetas, otras eran cuadradas y
azules y otras eran espirales bordo: ningún árbol las tenía similares, que
recordase.
Mil años
habían pasado desde entonces. Y todavía veía salir el humo de su boca.
De vez en
cuando, también veía los profundos ojos de Ethum.
¿Quién era
él realmente?
Ahí estaba
él, diez años antes, con más pelo y con menos arrugas. Casi podía decirse
atractivo. Estaba en un gimnasio: veía un gran espejo ante él, donde estaba
reflejado sí mismo y las pesas y máquinas que lo rodeaban. Entonces escuchó a
dos personas hablar: lo mismo de siempre. Era aquel viejo canoso que tenía cara
de pervertido y aquel otro de mediana edad que se creía muy espiritual por
hacer clases de yoga o algo así.
—No; porque,
como te estaba diciendo, el chacra entra cuando uno se encuentra en un estado
de completa serenidad; y el corazón entonces siente como si hubiese entrado en
trance: late desaforadamente, como por fuera de uno, y da saltos de un lado
para el otro –decía el hombre de mediana edad.
—Claro,
claro, muy interesante –decía el viejo—. ¿Entonces vendría a ser como un viaje astral?
—Algo por el
estilo –repuso el hombre de mediana edad—. Es más bien un conjunto de
sensaciones místicas que explotan repetidamente dentro de uno, causando
felicidad y paz.
“Qué idiota
es la gente”, pensó, “Dios mío”.
Entonces la
imagen se esfumó, y ya no estaba allí, y era todavía más joven: su cabello
ahora era abundante, su piel estaba exuberante de colágeno y estaba lleno de
energía. Había estado pensando entonces en el capítulo del animé que estaba
viendo con gran gozo, y de vez en cuando se detenía para observar lo que le
rodeaba y se reía de lo torpe que era, cuando en un momento aparecieron tres
compañeros del colegio suyos.
—Pero
Cristiano Ronaldo metió cinco goles ayer –decía uno de ellos— ¡No sabes qué
maravilloso fue ver eso!
—Bueno,
Cristiano Ronaldo quizás sea bastante bueno, lo admito, pero Messi es todavía
mejor –decía otro—. El Barcelona le ganó cinco a cero al Paris Saint Germain
ayer, y él metió tres de ellos. ¡Tendrías que haber visto cómo esquivó a uno, a
otro, cómo dio un pase espectacular que después le devolvieron, y con qué
velocidad el balón se clavó en el arco en uno de ellos!
“¡Qué
imbéciles que son, no puedo creerlo!”, pensó, “Ellos no saben lo que es la
vida; no pueden saberlo, si no conocen a Ushurima Kotomoki Na Kasumi Botton…
Sus personajes, su trama… ¡Oh, su trama! Y la animación, oh, cuán bien hecha
está”.
—Mirad, es
ese idiota de nuevo –dijo uno—. Vamos a molestarlo un rato, al idiota – chan.
—Yo no soy
una mujer –contestó—. Así que sería idiota – kun, en todo caso.
Todos rieron
desaforadamente al unísono; y parecieron disfrutarlo tanto, que hasta a él le
dieron ganas de hacerlo también, aunque sabía que después lo golpearían todavía
más fuerte por eso. Luego que dejaran de reírse, comenzaron efectivamente a
darle puñetazos y patadas, por lo cual se arrepintió de no haber utilizado el
tiempo en que habían estado distraídos riéndose en escapar.
Y la imagen
cambió nuevamente. Ahora volvía a ser un joven de veinte años y estaba fumando
un cigarrillo en el parque. ¡Oh, la nicotina entrando en sus pulmones, cuán
bien se sentía! ¡Cuán relajado estaba entonces! El sol caía suavemente sobre
él; un sol primaveral, que calentaba sin dañar, y corría un viento que
acariciaba como la mano de una mujer sobre un gato. Después, la nicotina salió
otra vez de sus pulmones, y mientras sentía cómo se deshinchaban, sonreía para
sí mismo, pues esto era exactamente lo que había querido y planeado. Realmente, no necesitaba más que eso. Hasta
que aparecieron dos personas que se sentaron justo en la silla que tenía al
lado. ¡Por qué tenían que hacerlo, si estaba tan cómodo y feliz fumando él!
—No, pero
hombre, no creo que el presidente vaya a hacer algo así –decía uno—. La ONU le
impondría sanciones, en ese caso: sanciones que no está en condiciones de
soportar.
“¡A quién
demonios le importa el presidente”, pensó.
—Pero
necesariamente debe hacerlo, Tomás: llegado este punto, sería peligroso para él
aumentar aún más el gasto público, y ni la ONU, ni Amnistía Internacional
podrán hacer nada al respecto –le había contestado el otro—. En serio, hombre,
creo que has sido adoctrinado por ese diario mentiroso que lees. ¡Deberían
prohibir que mentecatos como tú puedan expresarse!
Él se estaba
levantando para irse cuando todo volvió a cambiar repentinamente.
¿Quién era
él?
Una luz
brillaba en los ojos de Ethum, aunque en ese instante no supo identificar a
esos ojos como los de él, o a esa cara como su cara, o siquiera lo que eran los
ojos o las caras.
Luego otra
vez hubo oscuridad y un dolor sempiterno que abarcaba absolutamente todo, que
estaba en todo él. Ese calvario era como el adiós a una dulce sombra, como una estrella brillante e intrépida
tapada por una gran nube de humo, como aquello que se puede atisbar cuando se
cierran los ojos y nuestros seres más amados desaparecen repentinamente de
nuestro alrededor.
Hasta que el
mundo volvió a cambiar.
Solo que
entonces ya no era él. ¿Qué demonios estaba sucediendo? Recordó su cara, y era
distinta a la que jamás había tenido: era mucho más flaca, más trigueña, sus
labios eran más finos y su nariz bastante más voluminosa. En aquel momento tenía veintidós años y estaba estudiando en una biblioteca gigantesca colmada de los
más variados libros. “Física cuántica, volumen 3”, estaba leyendo entonces, y
calculaba mentalmente la distancia que tendría que recorrer un quark para
atravesar el tejido espacio temporal de forma tal que las ondas gravitacionales
oscilen lo bastante como para ser detectadas por un electro transfogrómeno. Era
evidente que si dicha distancia superaba los cinco nanómetros, caería en la
paradoja de Flankey, y si era menor, en la paradoja de Steim – Jodow, por lo
cual, debía encontrar un punto medio…
—Es evidente
que la praxis de Stephen Hardway es la correcta –oyó que susurraba alguien—. He
hecho los cálculos y según mi hipótesis…
“¿Alguien,
susurrando en este sagrado lugar?”, pensó, “No, no puede ser, es inaceptable.
¡Y para afirmar que Stephen Hardway estaba en lo correcto, además!”.
Su ceño se
frunció y su rostro enrojeció, y podía escuchar su corazón latir con furia.
Alzó la voz entonces, y sabía que su increpación sería terrible…
—¡No entiendo
cómo tenéis las agallas para abrir vuestras sucias bocazas en este santuario
del conocimiento, no sabéis lo que haré cuando…!
… Pero
desapareció antes de que pudiera terminar de hablar.
Y estaba
solo de vuelta, y no había nada de un lado, ni nada del otro, y supo que no
habría nada ni acá ni allá por mucho que se dirigiera a una dirección u otra. Y
volvió el dolor… Y esta vez fue tan tremenda como la anterior. Como un arcoíris
mutado en un láser que ciega, haciendo ver lo que es real, o como las palabras
más sinceras de alguien, así era. Como una persona, como sí mismo.
Y todo
cambió nuevamente. Ahora contaba con senos en los pechos, entre sus dos piernas
existía un espacio que antes no había y sus caderas eran más anchas. Llevaba un
vestido de la edad media, bastante andrajoso, y tenía muchos callos en los pies
y las manos.
¡Cuánta
felicidad que sentía entonces!
Sus rodillas
estaban firmemente clavadas en la tierra y ella estaba inclinada hacia una
figura que la miraba con solemnidad.
—Siempre te
seré fiel, Santo Padre, te lo prometo…
Al decir
esto, sintió que Dios entraba en ella, y todo se colmó de gozo: sus
pensamientos más siniestros, incluso, se colmaron repentinamente de color, y
sonrió. Todo era tan cálido.
—Querida esposa, puedes venir para acá y dejar
de hacer el ridículo.
Oh, no. Era
él de vuelta.
—Ya voy,
amado mío.
Odiaba cada
pequeño instante en que pensaba que se había casado con él.
—Nuestro
niño…, ya sabes lo que le pasa.
Ella se
levantó y lo miró. Indudablemente, el hombre ya no se parecía al que era cuando
habían sido sus nupcias: en apenas seis años había perdido todo el cabello de
la parte superior y a los costados le caían largos mechones canos, sus labios
estaban flanqueados por dos largas arrugas y sus ojos se veían más agotados.
Tenía una botella de vino en la mano y su jubón estaba plagado de manchas
rojizas que seguramente habían sido creadas hacía poco debido al derramamiento
accidental del líquido que ésta poseía.
—¡Estás
tomando de vuelta, infeliz! –exclamó—. ¿Acaso
no sabes que eso es pecado!
—Ay, Dios
mío, amor, estás siendo muy dramática… El padre Cristian también bebe, y él es
la persona más santa que conozco. ¡Incluso he oído decir que el padre Cristian
dona todo el dinero que se le da a los desfavorecidos!
—No sé quién
será ese tal padre Cristian, pero tú debes comportarte. ¿O deseas que Dios se
enoje con nosotros por culpa de tu estúpido alcoholismo y nos castigue
arrebatándonos a nuestro querido retoño!
—Reitero mi
palabra: estás siendo demasiado dramática. ¡Y debemos hablar con el médico de
la aldea, él seguramente sepa lo que le está pasando a nuestro querido Juan!
Ella se
imaginó a ese viejo insolente contando sus vasijas portadoras de sustancias
extrañas, analizando “racionalmente” a su preciado hijo, es decir, oliéndolo,
manoseándolo y colocándole ungüentos rancios en su tierno cuerpo mientras se
metía en los bolsillos el poco oro que todavía les quedaba y se le contrajo la
garganta del asco sentido.
—¡Eres un
insolente! –le gritó a su marido, y éste dio un paso atrás y la miró con
hostilidad. ¿Cómo no podía entenderlo…?
Después se
imaginó a sí misma arrodillada junto al Señor, sintiendo cómo su espíritu se
elevaba, y veía a Jesús saliendo de la cruz, tendiéndole una mano amistosa y
sonriéndole, y había una luz que los rodeaba, y que rodeaba cada cosa. “Soy
amor”, estaba escrito en las nubes de ese cielo, y el amor dejaba de ser una
mera palabra y era absolutamente todo.
Y después
imaginó a su marido de vuelta. Qué estúpido era, y qué infeliz.
Y después
pasó a ser un aborigen australiano del neolítico, y después, un chino de la
época de la dinastía Han, y luego, un escita. Y después, miles de personas más;
hasta que dejó de ser personas, y empezó a ser animales de todo tipo: primero
mamíferos, después reptiles, aves, anfibios, peces. Hasta que fue plantas,
bacterias y hongos. Después, fue seres de otros planetas, de estructuras
biológicas completamente diferentes, y luego seres de otros universos. Hasta
que fue todas las cosas.
—¿Qué
demonios soy, entonces? –le preguntó al chamán.
—Eres todo
–le contestó—. Y también has sido o serás yo mismo.
—¿Soy
Ricardo, un empleado bancario de cuarenta y cinco años? –preguntó.
—Sí –le
contestó.
—¿Tengo un
perro llamado Waldo y un hijo mocoso que mi ex mujer apenas
me deja ver
una vez al mes?
—Sí,
también.
Entonces
recordó. Claro, él era Ricardo, maldita sea. Todo volvió a hacerse estable
repentinamente, como si nada de lo anterior hubiera ocurrido. Y vio al chamán
claramente: ya no estaba rodeado de una luz incandescente, ni se veía que
vibrase su silueta. Era simplemente real, como había visto cada persona y
objeto desde que recordaba haberlos visto como el Ricardo que efectivamente
era.
—Eso sí que
ha sido muy curioso –dijo Ricardo—. Todavía siento vértigo al recordarlo.
De cierta
forma causaba vértigo, pues era demasiado la información que había tenido que
procesar, y había algo en todo ello que le había causado un insondable vacío, pero
también sentía alivio, por alguna razón.
—No te
preocupes; lo sé –repuso el chamán—. Me ha sucedido exactamente lo mismo,
cuando era joven y lo supe por primera vez.
—¿A qué te
refieres con que “lo supe”? –preguntó Ricardo, arqueando una ceja—. ¿Acaso hay
algo de real en todo esto?
—Por
supuesto –dijo el chamán mientras sonreía con calma, doblando las incontables
arrugas de su rostro—. Tú has sido todas esas vidas que viste, y también serás
muchas más. Paulatinamente, serás todos los seres vivos que jamás
existirán. Tú eres todas las personas
que has conocido y las que no conoces, y también yo mismo. Todos somos la misma
persona en diferentes momentos.
—¿Cómo es
eso siquiera posible? –Ricardo no salía de su asombro.
—Es muy
simple –contestó Ethum—. En cuanto tu cuerpo muera, tu alma podría viajar al pasado y ser una persona de la Edad Moderna, del
paleolítico, un hombre de Neanderthal, o incluso tu propio padre. O podría
viajar al futuro y ser alguien del futuro. Y así hasta que hayas sido cada uno
de los seres de todos los tiempos. Estás solo, y yo también, porque soy tú y
todos los demás. Y vamos a seguir solos por el resto de la eternidad.
Ricardo se
tomó algunos momentos para digerir todo eso. ¿Sería posible…?
—Ese es un
pensamiento muy extraño, en verdad. No era la respuesta a mis problemas que
esperaba encontrar cuando llegué a este valle, deprimido por mis problemas
económicos y los maltratos de mi anterior mujer.
Ricardo
trató de sonreír al evocar estas sencillas cuestiones, pero no pudo hacerlo.
—¿Y cómo fue
que empezó todo?
—Bueno, resulta
que en un principio estaba Dios. Había creado innumerables cosas con la materia
que había a su alrededor, se había entretenido mucho y mucho tiempo con ella,
pero seguía estando solo y esto era algo que lo atormentaba día y noche (por
así decirlo, claro, no había sol ni Luna entonces), y cada vez le era más
difícil divertirse. Por lo cual, decidió fabricar una serie innumerable de
cuerpos a lo largo de todos los universos y, como sabía que crear algo como él
mismo le sería imposible, se dijo: “voy
a habitar uno solo de estos cuerpos a la vez, y mientras lo haga voy a
olvidarme de toda mi existencia. Luego, por medio del viaje en el tiempo podré
habitar más de uno a la vez, de tal forma que pensando que no soy el único ser
consciente y sintiente de todos los universos me olvidaré que estoy solo “. Es
por esto que conocer a alguien superficialmente puede hacernos tan bien:
porque, así, olvidamos a veces que estamos solos. Y es también por esto que
conocer a fondo a alguien nos hace tan mal: porque al ver en el fondo de los
demás nos vemos a nosotros mismos, recordamos que somos lo mismo, que en
realidad estamos solos y que siempre lo vamos a estar.
—Increíble
–dijo Ricardo, con los ojos totalmente abiertos— ¿Y cómo fue que vosotros, los
chamanes de la tribu metan pieder, habéis descubierto todo esto?
—Dios ha
dispuesto que en cuatro puntos diferentes de cada planeta habitado existan
pueblos conocedores de la verdad, pues, sabedor de que muy de seguro tomaría
decisiones incorrectas en muchas de sus vidas, deseaba al menos compensar el
sufrimiento causado por esto con la felicidad que se sentiría al vencer sobre
los demás en los mundos que había creado…, lo cual indefectiblemente sucedería
al conocer la verdad.
—Pero… tenía
entendido que los metan pieder en algún momento fueron una nación grande y
poderosa, y muchas otras les rendían pleitesía –expresó Ricardo—. Mas, ahora
apenas un puñado de vosotros sobrevive.
—Así es, yo
soy uno de los últimos chamanes de mi tribu, Ricardo –dijo Ethum—. Pronto, los metan
pieder de la Tierra pasaremos a la historia, y la verdad quedará oculta para
siempre. Aquellos que la conocieron serán los encargados de moldear a la
humanidad que está por llegar de tal forma que en el futuro cometa la menor
cantidad de errores posible y los metan pieder dejen de ser menester. Así que atesora bien la sabiduría que hayas
podido adquirir con nosotros. ¿Has
podido aprender algo importante después de todo lo que has experimentado?
—Sí. Que la
gente suele decir que la gente es idiota, porque todos son la misma persona.
Todos son idiotas porque yo lo soy.
—Así es. Por
eso el concepto de Dios enseña humildad: porque la verdad que subyace todas las
vidas es la misma. Y, así como no puedes ser superior a ti mismo, no puedes ser
superior a los demás.
—Joder,
supongo que mi ex mujer es muy idiota, al haberse tratado tan mal a sí misma.
¡Y cuán desagradable se me hace la idea de ser la misma persona que ella!
—Y tú
también lo eres –el chamán tenía los ojos iluminados por una sonrisa—. ¡Porque
eres ella!
—Y Hitler,
Stalin, Mao Zedong… qué idiotas. ¡Se mataron y torturaron a sí mismos millones
de veces!
—Efectivamente.
Por eso quienes conocemos la verdad predicamos la generosidad para con el
prójimo: quien le hace un mal a otro, se lo
está haciendo a sí mismo. También deberías entender ahora que no se dice
en vano que quienes poseen la capacidad para saber quiénes son y la valentía
para hacer uso de ello, son capaces de todo: al ser todos Dios por igual, todos
somos capaces de cualquier milagro al conocer nuestra identidad y poder actuar
como ella. Los más grandes filósofos, científicos, héroes y artistas de toda la historia han tenido
conocimiento de ser divinos; ya sea intuitivamente o por medio de los metan
pieders o poblaciones afines, y ninguno podría haber llegado a ser lo que fue
de no ser por esto.
—Joder, cómo
extraño a Waldo. Creo que estoy listo para volver a mi casa y seguir con mi
vida.
Ricardo se
levantó con una sonrisa que le iluminaba fuertemente la faz, y en ese momento
ya no se vio tan gordo ni tan calvo, aunque no se dio cuenta. Ethum se levantó
también, se acercó a sí mismo y se dio un abrazo cargado del más sincero
afecto.
—Muchas
gracias. Me alegro de que seamos Dios.
Justo
entonces, Ricardo abrió los ojos desmesuradamente. Repentinamente recordó la
escena a la perfección, tal y como si
hubiese ocurrido hacía solo dos segundos: él, Ethum, sabio, prudente y feliz
más allá de todo límite, abrazando a Ricardo, es decir, a sí mismo.
…
Ricardo
hacía ya un año que se conocía a sí mismo, y era tremendamente feliz por esto.
Aquel día se levantó de su cama, se cepilló los dientes muy intensamente,
ordenó y limpió un poco su casa –aunque no hubiera mucho por ordenar o limpiar—,
hizo algo de ejercicio –un poco de bíceps, algo de pecho y cuádriceps— y se
miró al espejo. Del Ricardo de hacía un año había quedado realmente poco, si es
que nada. Luego del trasplante capilar que se había hecho, el cabello le salía
de la cabeza con una intensidad y una lozanía que al notarse podría causar
aturdimiento, y su cuerpo estaba hinchado debido a su soberbia musculatura,
razón por la cual se veía quince o incluso veinte años más joven. Al admirarse a
sí mismo, sentía que todo brillaba un poco más que de costumbre –como si ya no
brillara increíblemente el resto del tiempo—, y su corazón latía con un gozo
todavía mayor también. Quizás si no hubiera sido un perdedor antes de conocer
la verdad, ésta no le hubiese gustado en lo absoluto; al fin y al cabo,
significaba que iba a estar solo por el resto de la eternidad. Pero, ¡joder!,
había pasado de ser un perdedor a ser Dios; a conocer su potencial omnipotencia
y su ausencia de inferioridad con respecto a los demás. ¿Podía ser que las
visiones que había tenido junto a Ethum fueran falsas? No lo creía: luego de
sucedido aquello, había recibido pruebas más que de sobra acerca de su veracidad:
había predicho a la perfección varios accionares de muchas personas con las que
había estado y que casualmente ya había sido antes; ahora podía conectarse
consigo mismo de forma que nunca hubiera sospechado y cuando cerraba los ojos,
se relajaba y se concentraba lo bastante podía realizar actividades que hacía
más de un año hubiese considerado paranormales; como salir a volar por las
noches, invisible para no llamar la atención y ser molestado en
consecuencia; como tener super fuerza, al estilo Hulk; o como
expulsar llamaradas de sus manos. La única posibilidad que había de que
aquellas visiones hubieran sido falsas era que lo que le había sucedido en todo
el último año hubiera sido una fantasía, y, si lo era, ¿qué importaba?
Brrbrr, sonó
su teléfono. “¿Quién será?”, se preguntó, “Debe ser alguna de las chicas”. Efectivamente,
tras deslizar la pantalla de su teléfono, notó que cinco de ellas, ninguna de
más de treinta años, le habían escrito aquella noche: unas le preguntaban
simplemente qué estaba haciendo, otra le había hecho una indirecta para que se
encontraran y una lo estaba saludando. Pero había alguien más, alguien que no
había esperado encontrar en su teléfono: su ex mujer.
“He oído
sobre el libro que has publicado, y quería felicitarte por ello”, le decía,
“Quizás algún día podamos juntarnos a tomar un café y hablar sobre ello.
Gabriel, tu hijo, también te dice que te extraña”.
Claramente,
“Conócete: eres todo”, había sido un buen libro. Él nunca había creído que
podría ser un escritor de autoayuda y, de hecho, ni siquiera le gustaba leer.
Pero un día se le ocurrió que podría socorrer a los demás en sus intentos de
conocerse a sí mismos, es decir, conocerlo a él, a su yo divino, y así ser más
exitosos en la vida: de esa forma, podría contribuir a crear ese futuro del que
le había hablado Ethum en el que los mietan pieder no fueran necesarios.
Comenzó, pues, su labor y un mes después
terminó, y nunca disfrutó nada tanto como eso.
Radiante de
alegría, pero sin tener ganas de contestarle a ninguna de esas mujeres, Ricardo
dejó su teléfono a un costado, le pidió a su mayordomo que ordenase que bañaran
a su querido Waldo, pues aquella tarde era hermosa para salir a pasearlo. Ah, y
pidió una limusina para la tarde, pues debía ir a visitar al presidente para
aconsejarle prudencia, ya que se acercaban malos tiempos para la economía
–aunque la suya fuera mejor que nunca, igual que todo lo demás.