1_Introducción
Era un día como todos, tan pedorro como todos, repetitivo a
más no poder.
Madart se levantó de su cama por milésima vez y se cepilló
los dientes por milésima vez y se bañó por milésima vez. Después saludó a su
madre por milésima vez, a su padre por milésima vez, a sus hermanos por
milésima vez y comió por milésima vez. Luego se tomó el colectivo para ir la
escuela por milésima vez, estuvo en la escuela por milésima vez, bromeó con sus
compañeros por milésima vez, dibujó en los pupitres mientras los profesores
hablaban por milésima vez, se fue de allí por milésima vez, miró la televisión
hasta las doce por milésima vez y después la apagó para dormirse por milésima
vez.
Antes de dormir, Madart abrió los ojos sumamente extrañado y
sorprendido, su expresión sería terrible para quien pudiera descifrarla, y
entonces susurró roncamente, con algo de miedo.
-Estoy atrapado. Sólo ahora puedo moverme y actuar
diferente. ¿Qué puedo hacer?
Entonces Madart entró a hurtadillas a la habitación de sus
padres por milésima vez, y robó dinero de la cómoda mientras ellos dormían, por
milésima vez también. El sueño de sus padres era siempre muy profundo y siempre
podía.
Y luego Madart fue a un bar y se emborrachó para olvidar que
no era libre y que el día siguiente sería como todos y no podría cambiarlo,
pues al dormir todas las piezas que componían el universo volvían a
reacomodarse, todo volvía a suceder exactamente como el día anterior, al menos
hasta que llegaran LAS DOCE.
Y Madart preguntó borracho a la gente que se cruzó:
-¿Qué puedo hacer para escapar de este bucle? ¿O hay algo
que me permita seguir despierto para ser libre un poco más de tiempo?
Pero nadie entendía lo que Madart decía y lo llamaban
borracho, lo despreciaban y se apartaban de él, y Madart seguía bebiendo con
aflicción, con desesperación en la mirada. Luego volvió a su casa por milésima vez,
a su cama por milésima vez y se durmió por milésima vez.
2_ El desconocido
Y el día siguiente fue igual, como era de esperar, hasta que
llegaron las DOCE y Madart volvió a abrir los ojos con sorpresa y terror, y con
terror volvió a implorarle “Perdón” a dios para que lo liberara, pues no
entendía qué crimen había cometido para ser castigado de esa forma. Pero dios
no le contestó, ni entonces, ni antes ni después.
Y Madart volvió a robar dinero y volvió al bar y volvió a
emborracharse y volvió a hacer esas preguntas a los desconocidos. Esta vez,
alguien le contestó.
-No entiendo lo que dices, pero si quieres seguir despierto
tengo cocaína.
Madart primero estaba dubitativo, pues este hombre no tenía
buena pinta: su tez era negruzca, sus ojos demasiado oscuros para poder
discernir algo de ellos, sus rasgos demasiado hoscos, animalescos.
-Ven conmigo al baño.
Madart entonces recordó que era prisionero del destinó y
aceptó. Muchas bolsas de cocaína tomaron Madart y el desconocido y hablaron de
muchas cosas, profundas y no tan profundas, hasta incluso se rieron, aunque
pocas veces, pues ambos eran sombríos por naturaleza.
-Sucede desde antes de que recuerde que todo siempre sucede
exactamente igual –confesó Madart al desconocido, estimulado por los efectos de
la droga-. Creo que el destino me ha impuesto esta carga por alguna razón, debo
revelarle alguna calamidad al mundo, quizás, o sufrir por algo que no recuerdo.
-¿A qué te refieres con exactamente igual, mi recién
descubierto pero no por eso menos agradable amigo? –le preguntó el desconocido
intrigado.
-Siempre me levanto en la misma cama de la misma forma, voy
a la misma escuela, donde están los mismos profesores, siempre hago las mismas
bromas y me contestan de la misma forma; siempre como lo mismo y meo lo mismo y
cago lo mismo y no lo soporto más. Hasta que no llegan las DOCE todo resulta
igual.
Entonces el desconocido se rió con amargura y escupió estas
palabras:
-Largos y enfermizos resultan los días para nosotros, amigo
mío. Pues déjame confesarte que yo sufro la misma maldición y que todo resulta
siempre igual para mí y no hay nada que pueda hacer al respecto hasta que son
las DOCE. Es por eso que tomo cocaína, que me sumerjo tan insensatamente en
este mundo de locura: porque al menos de esa forma el sueño tarda más en llegar
y así el recreo dura más tiempo.
-Pero amigo mío –Madart estaba más triste entonces que lo
que jamás había estado-. ¿Es acaso la cocaína la única solución? Tiene que
haber otra senda, otra solución a nuestros estados. ¡Tiene que haber algo que
nos libere para siempre!
-Aún no lo sabemos, pero estamos haciendo estudios y
averiguaciones y a veces creo que no estamos lejos de hacer algún
descubrimiento provechoso… -el desconocido había impregnado a su voz de un halo
de misterio al decir esto.
-¿A qué te refieres con “ustedes”?
-Nosotros no somos únicos, señor Madart, aunque haya pocos
de nosotros –dijo el desconocido-. Después de las doce puedes entrar a nuestro
grupo de FACEBOOK, allí tenemos toda la información sobre nuestra condición.
Acuérdate de hacerlo después de las doce.
-Solamente podría hacerlo después de las doce –repuso Madart
soltando una risa resignada-. Sinceramente no guardo demasiadas esperanzas,
pero todo cuanto dices me alegra el corazón. Te he juzgado mal.
-Los prejuicios salen de los días eternos, cuídate de todos
ellos –replicó el desconocido.
-Por cierto, no sé tu nombre. ¿Cómo te llamas?
-Nosotros nos conocimos después de las doce –respondió el
desconocido sacando otra bolsita de cocaína-. No necesitamos nombres. ¿Quieres
otro raquetazo?
Madart tomó la bolsa que le ofrecía el desconocido, metió la
llave de su casa en ella y sacó una buena cantidad de cocaína que
posteriormente esnifó.
-Está muy buena.
-Es la que tomaba el chófer de Diego Armando Maradona. Tengo
buenos contactos.
Madart siguió departiendo con el desconocido varias horas,
luego fueron a comprar más cervezas, y luego volvieron al baño, y luego fueron
a comprar más cervezas, y luego volvieron al baño, y el desconocido salió
afuera a comprar cigarrillos y Madart lo acompañó, y Madart luego fumó con él,
aunque nunca lo había hecho, y ambos siguieron tomando cerveza y tomando
cocaína en el baño, y fumando afuera, y así sucesivamente.
-¿Qué mierda es esto? –preguntó entonces Madart, soltando su
cigarrillo-. Todo se repite, igual que si fuera de día. ¿Qué mierda estamos
haciendo?
-A veces la cocaína puede llevar a eso –rió el desconocido-.
Pero, ¿qué importa? A fin de cuentas, despertaremos y haremos lo que siempre
hacemos de día.
-No puedo aceptarlo. No puedo seguir este camino, lo siento.
Tiene que haber otra opción. Fue un placer conocerte, pero no quiero volver a
verte. Adiós.
-Adiós, compañero –el desconocido no pareció sorprendido por
el brusco cambio de dirección en los acontecimientos, si no levemente
divertido-. Te recordaré.
-Yo preferiría no hacerlo, igual que no quisiera recordar
nada. Adiós.
3_La huida
Entonces Madart volvió a su casa, pero esta vez no pudo
dormirse si no hasta mucho después, y revolcarse en su cama fue repugnante.
Luego, todo ocurrió como de costumbre hasta las doce. Y Madart robó dinero de
la cómoda de sus padres por milésima vez y salió a las oscuras calles por
milésima vez, donde se emborrachó por milésima vez. Pero esta vez no pensaba
volver a su cama, pues pensaba “si vuelvo allí, entonces me despertaré allí y
todo será igual. Quizás sean las propiedades de esa cama las que causen esto, o
las de esa casa o las de esa habitación. Dudo que después de dormirme aquí me
despierte allí”. Mas… ¿qué podría hacer? ¿adónde ir? ¿cómo? Pues simplemente
caminar… aquello no le convencía. Aunque nada le convencía, en realidad.
Madart sabía los nombres de algunas calles porque siempre
habían estado ahí, pero las que iba conociendo después de las doce se le
borraban mucho más rápidamente de la memoria, así como todo lo que le ocurría.
Vaya a saber si por la cantidad de alcohol que ingería entonces o debido a
alguna ley física o regla de dios que él desconocía. Madart también sabía,
aunque ni recordaba de dónde, que si seguía derecho tarde o temprano llegaría a
algo llamado “campo”; un lugar donde había algo llamado “vacas” –criaturas que
aunque podía evocar con su cerebro, no recordaba haberlas visto ni tampoco oído
siquiera mencionar-, donde había “pasto” y “árboles” –respectivamente, lo verde
que solía haber en los pisos de los parques y los palos marrones que se iban
bifurcando y también tenían verde en sus extremos-, y también había granjeros,
hombrecillos con azadas y sombreros de paja que a veces mascaban hojas. ¿Habría
de ir al campo? Quizás, al menos no estaría en la ciudad.
Entonces Madart sintió un hambre atroz y se sorprendió y
horrorizó tal como le sucedía siempre que sonaban las DOCE. ¿Qué carajo era
aquello? ¿Cómo podía ser tan fuerte, tan horrendo? El estómago rugía, estaba
allí mordiéndole el vientre, y le mordía el espíritu también, sentía, y no lo
podía dejar en paz un segundo, al punto en que no tardó mucho en olvidarse de
lo que “paz” significaba y hasta le restó importancia al día, a la repetición
eterna e insoportable.
No.
-No puedo volver a encadenarme –susurraba Madart-. A la
prisión infinita, no.
Pero el hambre era demasiado fuerte, demasiado horrendo, y a
cada cuadra que Madart caminaba se hacía más intenso y ya no sólo lo sentía en
la panza, si no también en cada célula de su cuerpo, y le paralizaba el cerebro
y hacía flaquear sus piernas.
-¿Qué pasa si sigo? –se preguntó Madart en voz alta-. La
muerte… esa es la palabra que viene a mi cabeza. Pero… ¿qué es la muerte? Lo
que mi cabeza me dice es que no es absolutamente nada y que no debería tenerle
miedo. Pero le tengo miedo y todos le temen, aunque no todos sean como yo.
Y entonces vino la sed, una sed que le comprimió a tal punto
la garganta a Madart que ya no pudo hacerse capaz de emitir vocablo alguno.
“Debo seguir, de todas formas”, pensó Madart.
Y entonces vino el frío, y Madart se abrigó con hojas, con
cartones, con lo primero que encontró, pero seguía teniendo frío, y le
temblaban todas las extremidades.
“Esto no es calor, al menos”, pensó Madart. Aunque entonces
ya no comprendía el significado de “calor”.
Y al final caminó tanto que las calles se hicieron
desconocidas y ya no sabía adónde iba, y la gente se hacía más extraña a su
alrededor.
-Son solo personas ustedes, ¿qué pueden hacerme? No sé dónde
estoy… ¿y qué tiene?
¿Habría repeticiones en la muerte? No… entonces, ¿qué la
hacía peor que la esclavitud? Madart no lo sabía, pero de todas formas aquella
noche volvió a su casa por milésima vez y se durmió por milésima vez.
4_El grupo
Madart vivió lo que ya sabemos todos que iría a vivir, hasta
que llegaron, como bien sabemos, las DOCE. Entonces abrió su cuenta de facebook
y buscó el grupo del que había hablado el desconocido, “Esclavos de bucles”,
era su nombre, y contaba con unos escasos treinta miembros; el contenido era,
por supuesto, secreto, pero Madart fue aceptado apenas mandó una petición para
unirse. La descripción que había del grupo era la siguiente:
Esclavos de bucles no
es un grupo para cualquiera, si no que está orientado a informar de las más
recientes investigaciones y divulgar toda la información disponible a aquellas
personas que entraron en un bucle, de los que, como cualquiera de nosotros
sabe, solo puede salirse después de las doce, hasta el momento exacto en que se
va a dormir; esta maldición, dolencia, o como quieran llamarla, solo afecta a
una de treinta mil personas, aproximadamente, y de momento no posee cura ni
tratamiento paliativo. Se considera menester que cada miembro del grupo
participe contando su caso particular, pues, aunque parezca algo trivial,
podría llegar a ser crucial para el progreso de nuestros estudios.
La última publicación, de un tal “Acatom”, rezaba de la
siguiente manera:
¿Qué cosa hay que un
esclavo de bucle pueda saber a ciencia cierta? ¿Acaso somos lo que parecemos,
seres humanos, como todos los demás, o somos algo distinto? ¿Seremos acaso
criaturas de otras dimensiones, o consciencias fallidas, o qué? La lógica se
escapa de nosotros cualquiera que sea lo que queramos analizar, mas no nos
daremos por vencidos. He aquí un compendio de muchos de los descubrimientos y
teorías hechos por los miembros del grupo, que podrían ser reveladores para un
no conocedor:
1_Las obras artísticas
pueden modificar, aunque sea ligeramente, nuestros bucles. Después de las doce
podemos escribir libros, pintar cuadros
o incluso juntarnos y filmar películas que después pueden ser vistas por
los diversos personajes de nuestros bucles, modificando levemente sus
comportamientos y, a diferencia de otras cosas, PERDURAN EN EL TIEMPO.
2_El sexo también
puede cambiar un poco la forma en que tanto los personajes de nuestros bucles
como NOSOTROS MISMOS nos comportamos, especialmente cuando hablamos de las
perversiones.
3_Si bien todos los
miembros de este grupo compartimos la maldición de ser esclavos de bucles, en
realidad TODOS los bucles son distintos, y no solo eso: cada repetición suele
resultar ser, aunque sea en detalles, algo diferente a las otras. En algunos
miembros, la fecha del bucle cambia, en otros, el color del pelo o la estatura
de determinado personaje, en algunos una vez está nublado y otras despejado, e
incluso puede llover y estar soleado. Lo que menos variaciones sufre es, sin
excepciones testimoniadas, la naturaleza de los SUCESOS vividos en el bucle.
4_Aún cuando después
de las DOCE seamos libres, se sospecha que hay ciertas acciones que podemos
hacer entonces que pueden ocasionar el surgimiento de otros bucles, esta vez de
unos nocturnos. Guardar especial cuidado con la consumición de drogas, el
porno, los videojuegos, la expectación de deportes o de videos de animales en
internet. Algunos creen que todo puede hacerlo, que el origen de los bucles se
halla en la repetición y que todo lo que hagamos la supone: para seguir
viviendo debemos respirar, algo que se hace siempre igual, lo mismo que mover
los brazos para arriba o para abajo, o girar la cabeza o caminar, para tocar la
guitarra nuestros dedos deben seguir patrones, etcétera, etcétera.
5_Si asesinamos
después de las DOCE las personas asesinadas revivirán después del bucle. Si
robamos después de las DOCE los objetos robados reaparecerán en el sitio de
donde los sacamos. Aunque después de las DOCE nos vayamos al campo, o a otra
ciudad, o incluso aunque tomemos un avión y acabemos en otro continente,
SIEMPRE nos despertaremos en la misma cama, en la misma habitación de la misma
casa, y todo se repetirá como de costumbre.
La anterior publicación, de una tal “Gerónima” era más bien
un mensaje desgarrado de locura y miedo:
Quiero suicidarme,
realmente quiero suicidarme, es todo lo que puedo pensar después de las doce,
es todo lo que puedo escribir. No lo aguanto más, suicidio ya, ánimo, mí mismo,
sé fuerte. ¿En la muerte no todo es así de repetitivo, no?
La publicación no tenía comentarios. Madart tragó saliva,
entre aterrado y conmovido. Gerónima parecía joven y hermosa. En su foto de
perfil –la única foto que podía verse de ella sin tenerla de amiga- sus ojos
parecían verdes, simpáticos, risueños, y sus cabellos rubios eran enrulados y
largos, y le caían justo a los costados de los ojos; sus labios eran finos y
estaban curvados en una media sonrisa, sarcástica quizás: Madart no pudo llegar
a ninguna conclusión sobre su gesto, aunque se le pasó por la mente que era
triste, que era resignado, que era amigable y que era hostil. Soltera –al menos
según aquella red social-, de 21 años… Nada más se decía de ella. Madart apretó
el botón de “Agregar a amigos”, sin muchas esperanzas. Luego volvió a abrir la
pestaña del grupo y leyó la anterior publicación, de un tal “Feshoram” que era
la siguiente:
¿Desean hacer una
juntada? Estoy ansioso de conocer a gente como yo. Quizás, aunque nuestros
males no tengan remedio, podamos consolarnos los unos a los otros.
Madart leyó con una sonrisa la cantidad de comentarios de la
publicación. Eran muchos.
5_La reunión
Después de despertarse por milésima vez Madart, por primera
vez desde que era esclavo de un bucle no se sintió ni tan horrorizado ni tan sorprendido.
Conocer a personas con su misma condición era algo QUE NUNCA LE HABÍA SUCEDIDO,
y ese era un alivio en TODO sentido, a pesar de que la noción era algo tan ajeno
a él que se le hacía muy difícil de imaginar. Además, había razones objetivas
para creer que aquello podía ser beneficioso: seguramente los demás tendrían
algún método para, aunque sea, hacer los bucles más soportables. Y, quien sabe,
quizás aquella Gerónima se presentara y podría cortejarla, a ella o a alguna
que otra fémina que lo hiciera. Su condición no lo había transformado en una
persona asexuada ni mucho menos.
Así que enga, a levantarse. Las calles se le hicieron
inusualmente extrañas a Madart mientras caminaba, y aquello no pudo más que
gustarle. La luna resplandecía bien blanca en la noche, y el viento susurraba
en sus tobillos como una canción de cuna; su corazón latía siempre igual, pero
había algo en él que lo hacía sonar distinto también.
La reunión se celebraría en una casa abandonada, el hogar de
uno de los esclavos de bucle. Aquella resultó ser de una fachada rústica en
exceso: varias frases crípticas escritas con aerosol y con faltas de ortografía
decoraban su superficie; no tenía ninguna capa de pintura reciente, por lo que
se podía notar la argamasa que unía cada ladrillo, la puerta era de una madera
vieja y desgajada y las ventanas eran apenas agujeros tapiados.
-Ey, tú debes ser Madart –le dijo una persona con una
sonrisa apenas entró-. Bienvenido, amigo.
Había unas diez personas en la habitación, y Gerónima era,
al parecer, la única mujer. Todos tenían los semblantes abatidos y alguna
botella de alcohol en la mano.
-Hola –saludó tímidamente Madart.
Todos respondieron a su saludo y se quedaron después en
silencio. Ninguno de ellos parecía demasiado extrovertido, ninguno parecía un
macho alfa.
-¿Quieres cerveza o vino? –le preguntó alguien.
-Vino, por favor. Lo necesito –y el vino llegó a Madart.
Pronto comenzaron a discutir sobre ciencia, pues había
varios doctos entre los que allí había, y Madart no entendía nada de lo que se
decía ni tampoco le interesaba demasiado, en verdad. Para él, la única persona
que estaba allí era Gerónima, pero era demasiado sagrada como para acercarse a
ella un ser tan impuro como él. Era más hermosa en la vida real, eso era
seguro. Qué ojos más contemplativos, más oceánicos, qué iris más misteriosos y
envolventes. Qué labios más resplandecientes, más flexibles, más rosas, más
curvos. Qué nariz más graciosa. Y no hablemos de sus atributos corporales.
A Madart no se le ocurría que pudiera acercarse a ella sin
estar arrodillado mirando al suelo. Pero sabía que aquello sería peor que no
hacer nada. Y no podría no hacer nada. Volver así… sería terrible. Acercarse a
ella, terrible. Frente a ella se sentía inferior, avergonzado por sus deformidades
físicas y mentales y por ello terrible también. Por eso Madart tomó más vino
que el que jamás había tomado y por ello se sentía aún más terrible, aún más
avergonzado de sí mismo, aún más inferior, pero esto no podía afectarlo, o lo
afectaba de otra forma entonces, por lo que pudo acercarse a ella.
-Hola –le dijo.
Gerónima lo miró con los ojos bien abiertos, en una mezcla
de sorpresa y espanto.
-¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?
-Solo quería hablar… -contestó Madart.
-Ah… tú eres el que estaba tomando un vino en aquella
esquina.
-Sí. No encontré otra forma de hablarte.
-Me das asco –la expresión de Gerónima se tornó en una
expresión de verdadero asco-. Siempre pasa igual. Nadie puede acercarse a mí
sin tomar. Nadie puede acercarse a mí con verdadera valentía, con innumerables
recursos linguisticos realmente imaginativos a punto de salir por la boca. Eres
igual que todos. Vete.
-Pero… Soy una buena persona.
-¿Eso qué me importa? Todos son buenos, todos son gentiles,
todos se comprometen. Pero ninguno es realmente inteligente, ninguno es
realmente imaginativo. Vete.
-Yo sí.
-¿“Yo sí”? –Gerónima soltó una risotada de frustración-.
¿Ese es en verdad todo el arsenal con que cuentas? Así siquiera podrías
astillar los sólidos muros que erigí en torno a mí. Me recuerdas a varios
personajes de mi bucle… Vete.
-Por favor… créeme. Te necesito.
-¡He dicho que no! –Gerónima escupió a Madart en la frente y
el alma de Madart cayó a sus pies-. ¡Déjame en paz, maldito idiota!
-¡Apártate de ella, muchacho! –rugió al instante la persona
que más cerca se encontraba-. ¡Esto se trata de compartir nuestros dolores, de
abrir nuestros corazones, no es una discoteca!
-Si le sigues hablando, te daré una paliza –dijo otro que
estaba cerca.
En la mirada de sendos sujetos se notaba una líbido muy mal
disimulada hacia Gerónima.
-Está bien –dijo Madart-. Me iré de aquí.
Entonces Madart, desconsolado, volvió a su casa, a su
habitación, y antes de dormirse se dio cuenta de que en realidad nunca le había
importado conocer a ninguno de los hombres en aquella reunión, solo a Gerónima.
Pues había creído, en el fondo, que solo una mujer podría transformar su
situación.
6_La primera prostituta
Otra vez todo igual, como siempre. Ni hace falta decirlo.
Entonces Madart sí fue atosigado por su usual sorpresa y repulsión, despertado
otra vez como de un sueño nefasto y tuvo que contener sus ganas de gritar.
Quiso dormir entonces, porque cuando dormía también era libre del bucle,
también podía su mente dirigirse a cualquier parte, no había ningún camino
trazado en sus sueños.
Pero no. Esta vez tenía un plan distinto a todos los que
recordaba haber tenido. Si las mujeres no accederían a estar con él por sus
encantos, entonces lo harían por su dinero. Así que le robó dinero a sus padres
por milésima vez y salió a la calle por milésima vez.
Después de caminar media hora llegó a su destino. Una negra africana
de entre veinte y treinta años, de pelo lacio, labios gruesos, ojos saltones,
que sabía contonear su cintura como ninguna, estaba ofreciendo sus servicios
allí.
-¿Quieres venir conmigo? –le ofreció Madart-. Tengo dinero.
-Por supuesto –contestó la negra con una gran sonrisa
marcada en sus suaves labios.
Aquella vez Madart no pudo emborracharse, pero folló, cosa
que nunca hasta entonces había hecho, y fue muy grato para él, aunque también
muy triste. Mientras metía y sacaba su pene de la vagina de aquella
desconocida, Madart no podía evitar preguntarse por qué hacía todo eso, qué
sentido tenía, para qué moverse, pero también sabía que podía preguntarse eso
sobre cualquier otra cosa. Hubo placer al final: un placer extraño, distinto,
pero también tétrico, real. Madart sintió que una vez acabado aquello podía
resumir a aquella persona en una oración: sintió que ella no era más que esas
pocas palabras, y esas pocas palabras acabaron siendo plasmadas en su primera
obra literaria.
7_Las otras prostitutas, los cambios y su obra.
De aquí en adelante no se contarán los sucesos de Madart día
tras día, pues aquello resultaría innecesario o quizás incluso perjudicial.
Madart, noche tras noche, siguió frecuentando diferentes
prostitutas, y a todas ellas las pudo resumir en oraciones, y su obra fue
haciéndose más extensa día tras día, poco a poco. Lamentaba, por supuesto, no
poder emborracharse, y mezclado a este placer había una gran tristeza, pero su
obra le daba ánimos para seguir, por alguna razón.
Después de varios meses su obra ya tenía un capítulo.
Después de acabado ese capítulo Madart comenzó a notar un
cambio en la naturaleza de su bucle. Sus compañeros ya no hacían burlas, si no
que se mantenían serios en todo momento, y a veces incluso hablaban con una
profundidad insólita. Ya no dibujaba en su pupitre: ahora escribía. Ya no
miraba televisión al volver de la escuela: ahora entraba a las redes sociales y
mantenía contacto con otras personas.
El cambio primero le dio miedo. Pero pronto sintió placer
ante el cambio. Placer que después se convirtió en el mismo hastío de siempre.
Después de otros meses su obra ya tenía dos capítulos.
Su escuela cambió por otra y sus compañeros por otros
totalmente distintos. Ahora estaba saliendo con una gorda horrible, follaba con
ella a menudo y salían. No le gustaba, en realidad, pero no se sentía inferior
a ella y se sentía libre de decir lo que quisiera, y de esa forma lograba
distraerse. También dejó las redes sociales: ahora jugaba al FIFA en la
playstation, o al God of war 2, o al Devil may cry 3.
El cambio primero le dio miedo. Pero pronto sintió placer
ante el cambio. Placer que después se convirtió en el mismo hastío de siempre.
Después de otros meses su obra ya tenía tres capítulos.
Se le salió un diente, entonces, y siguió sin tenerlo aún
después de las doce. La escuela se trocó en trabajo. Miles de platos tuvo que
limpiar, miles de pisos que barrer, miles de espejos tuvo que fregar, miles de
órdenes tuvo que obedecer, y ya no tenía tiempo para nada más. Después de las
doce ya no le robaba dinero a sus padres para follarse a las prostitutas, pues
vivía solo y contaba con algo.
El cambio primero le dio miedo. Pero pronto sintió placer
ante el cambio. Placer que después se convirtió en el mismo hastío de siempre.
Después de otros meses su obra ya tenía tres capítulos.
Comenzó a perder pelo y a aumentar de peso. Miles de patatas
tuvo que cortar y coser, miles de bifes tuvo que meter en el horno, miles de
platos tuvo que servir. Y ahora en vez de haber una gorda había una mujer con
los ojos desorbitados y una nariz de proporciones bíblicas.
El cambio primero le dio miedo. Pero pronto sintió placer
ante el cambio. Placer que después se convirtió en el mismo hastío de siempre.
Después de algunos años su historia estuvo terminada.
Madart acabó siendo consciente, aún en el propio bucle, de
que solo podía transformarse el mismo, mas no terminar. Sabía que si se
suicidaba dentro del mismo la cosa no tendría vuelta atrás. Así que Madart
decidió ponerle un título a su obra antes de pegarse un tiro en la sien, y
estaba seguro de cuál sería: El bucle.