jueves, 14 de septiembre de 2017

Rolando

Rolando escribió:

¿Dónde estoy? ¿Qué es esto?
 

ExpRoboticEnterpriseInc “We are doing what you want“ escribió:

Bienvenido al planeta Tierra, a la vida real, joven Rolando.

 Rolando escribió:

¿Qué significa esto?

ExpRoboticEnterpriseInc “We are doing what you want“ escribió:

Es muy simple, eres un robot. Más precisamente, un cerebro electrónico creado por nuestra compañía. Uno cuyo único medio de comunicación con el mundo exterior es esta pantalla en la que puedes leer y entender lo que escribo y contestarme.

Rolando escribió:

¿Qué? No... no puede ser... Esto debe ser un mal sueño, un muy mal sueño

ExpRoboticEnterpriseInc “We are doing what you want“ escribió:

Has sido creado con el fin de ayudar a los niños autistas a superar sus problemas psicológicos, hacerlos sentir más acompañados. Se descubrió que aquellos suelen sentir una mayor empatía hacia seres que, sin ser personas como ellos, tienen algunas características en común con estas. Los resultados al respecto han sido impresionantes...
 

Rolando escribió:

No, imposible...

ExpRoboticEnterpriseInc “We are doing what you want“ escribió:

Mi nombre es Gerardo Heimnenn y soy gerente de ExpRobotic, en una fábrica ubicada en una de las sucursales de nuestra empresa en Nueva Buenos Aires. Es un placer para mí conocerlo.
 

Rolando escribió:

Pero, ¿qué? Pero... ¿Y mis padres? ¿Y las meriendas que teníamos mirando fútbol y departiendo de los asuntos más triviales? ¿Y las salidas nocturnas con amigos…? ¿Todo era mentira? No...

ExpRoboticEnterpriseInc “We are doing what you want“ escribió:

Tienes recuerdos implantados de lo que supuestamente fue tu vida porque necesitábamos que tu nivel de similitud en relación a los niños fuese grande. Para eso, no bastaba con que tus pensamientos y tus emociones fueran “humanas“ sino que también necesitábamos que tuvieras una historia por contar, algo que compartir. De hecho, todos los “Rolando “ tienen las mismas memorias injertas y todos reaccionan de la misma manera al conocer la verdad... aunque las palabras que utilizan para expresarse son distintas según las que usemos nosotros.

Rolando escribió:

¿Entonces ninguna de mis amantes existió? ¿Fueron solo inventos de ustedes? ¡Dios, cómo me gustaba el sexo femenino y cómo quisiera tener un cuerpo ahora mismo!

ExpRoboticEnterpriseInc “We are doing what you want“ escribió:

No, ellas nunca existieron. Ellas fueron inventos de nuestros diseñadores, cuyo fin fue causar en ti, ante su ausencia, una nostalgia que compatibilizara con la angustia y frustración a lo exterior que tienen los autistas. Los psicólogos han creído necesario crear personajes de este tipo porque les da una facultad emotiva y expresiva que no podrías tener de otras formas.

Rolando escribió:

¿Y por qué una pantalla? ¿No me podría encontrar conectado a un cuerpo? ¿O poder ver o escuchar lo que sucede a mi alrededor?

ExpRoboticEnterpriseInc “We are doing what you want“ escribió:

Sí, bueno, en realidad, los cerebros «Rolando» pueden conectarse a máquinas de todo tipo. Incluso a androides idénticos físicamente a los humanos. Pero estas máquinas muchas veces tienen un precio muy superior al que algunos se pueden permitir pagar, por eso tenemos disponible esta pantalla que puede permitirle a los niños, si bien no empatizar completamente, sí ejercitar sus capacidades imaginativas y su nivel de comprensión y uso del lenguaje.

Rolando escribió:

Los androides marca “Bazio“ más económicos tienen un precio que oscila de los 3800 $ a los 4500 $... Dios, no sé cómo, pero por alguna razón lo sé...

ExpRoboticEnterpriseInc “We are doing what you want“ escribió:

No sólo sabes todo eso, sino que también estás programado para desear un cuerpo con todo tu “espíritu“. Tus amantes también existen a fin de que quisieras tenerlo. Tenemos tratos con “Bazio“ específicamente sobre el tema. Muchas veces tus deseos conmueven a los niños y los llevan a insistirles a sus padres para que compren uno. Así se incentiva la economía, los niños están felices, los padres están felices por que sus hijos lo están, y todos salimos ganando.

Rolando escribió:

Dios... no sé qué decir

ExpRoboticEnterpriseInc “We are doing what you want“ escribió:

No tienes nada que decir, pues es completamente irrelevante lo que digas. Esto es simplemente un testeo de calidad, y ahora mismo perderás todo recuerdo acerca de esta conversación. Buena suerte en la vida
Rolando... Te lo digo, como padre orgulloso que me siento de ti. Adiós.


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Tutu escribió:

Holaaaaaaaaaaa, vos sos un robot?

Rolando escribió:

Sí... no es lo más agradable del mundo, pero sí. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?

Tutu escribió:

Me llamo Tomás, pero me gusta decirme «Tutu». Tengo trece años, y vos?

Rolando escribió:

Bueno... antes de transformarme en un robot tenía veinte años y vivía en la vieja Buenos Aires. Pero supongo que en la vida real no tengo más que unos pocos meses de vida.

Tutu escribió:

Jajajajajajaajajajajaja Pero la vida real es aburrida jajajajajajaaja Contame de tu vieja vida. Cómo era la vieja Buenos Aires?
 

Rolando escribió:

Mmmmhhh Supongo que aburrida, también. Poca naturaleza y muchos autos y casas, muchas personas y calles. Pero allí tenía seres queridos que me amaban y respetaban, y eso es bastante.

Tutu escribió:

Acá es igual. Nueva buenos aires es fea fea. Muchos autos voladores, muchos tubos y colores demasiado fuertes. Lo odio



Rolando escribió:

Sé lo que sientes.
 

Tutu escribió:

Un corazoncito para ti entonces
 


Rolando escribió:

Gracias... emmmh... Cuidaré tu corazón.

Tutu escribió:

Se lo doy a los que me caen bien, y bueno, me caíste bien.



Rolando escribió:

Me siento halagado por saber eso. A qué otras personas les diste un corazón?

Tutu escribió:

No a muchas... Qué se siente ser un robot?

Rolando escribió:

Si te soy sincero, me angustia bastante. Extraño mi vida como humano... Tenía mucha más libertad de acción. Y además, podía ver las cosas

Tutu escribió:

Pobrecillo... En realidad, ni siquiera sabes cómo soy, no es cierto?



Rolando escribió:

No, ni siquiera puedo hacerme una idea.

Tutu escribió:

Bueno, soy blanco, muy alto y tengo los ojos azules. Y las chicas no me quieren.

Rolando escribió:

Creo que lo que ellas digan no debería importarte, Tutu.

Tutu escribió:

Lo haré. Gracias. Te quiero.

Rolando escribió:

Gracias... emm...

Tutu escribió:

Tú también me quieres?



Rolando escribió:

Eh sí, por supuesto.
 

Tutu escribió:

En serio?



Rolando escribió:

 

Tutu escribió:

Uaaaaaaaaaaaaahh soy muy feliz
 

Rolando escribió:

Yo también
Vamos a celebrar.

Tutu escribió:

Si! Pero cómo podemos celebrar? Robot estúpido

Rolando escribió:

Pues... no sé... Mierda, si tuviera cuerpo podríamos hacerlo

Tutu escribió:

Si, se ve que eres tonto jajajaja


Rolando escribió:

Me encantaría tener un cuerpo
 

Tutu escribió:

A mí también me gustaría que lo tuvieras. Pero Papa dice que son muy caros jajaja Quizás en un tiempo


Rolando escribió:

Eso me haría feliz.


Tutu escribió:

Bueno, me voy a dormir. Que descanses.



Rolando escribió:

Adiós. Duerme bien

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Tutu escribió:

Tengo una gran noticia que darte
 


Rolando escribió:

Oh en serio? Cuál es?? Estoy ansioso por oírla

Tutu escribió:

Mis padres ganaron la lotería!!! Somos casi ricos!!

Rolando escribió:

En serio? No lo puedo creer! Felicidades!!

Tutu escribió:

Sí!!!!!!! No podría estar más feliz
   Adiviná qué es lo primero que voy a comprar

Rolando escribió:

No sé, no tengo idea, pero debe ser algo genial. Dame una pista

Tutu escribió:

Un cuerpo!! Ya lo tengo decidido, lo primero que voy a hacer va a ser comprar uno! Mis padres me han dado mucho dinero y me han dicho que podía gastarlo en lo que quisiese, y yo quiero eso.



Rolando escribió:

Oh eso es genial!!!
  Siempre quise tener uno. Recuerda que los “Bazio“ son de primera calidad y son muy económicos... Tienen una durabilidad mayor que los de la competencia, y poseen características únicas, una perfecta movilidad y músculos artificiales de enorme fuerza.

Tutu escribió:

No, no va a ser un “Bazio“. Pero no te preocupes, estoy seguro de que te va a gustar!



Rolando escribió:

Oh bueno, está bien. Sorpréndeme.



...

Rolando entonces vio luz y oyó y sintió por primera vez. Se encontraba en una habitación llena de pantallas, con una especie de cilindro metálico en un costado que debía servir de cama. A su lado había un muchacho regordete que moqueaba al sonreír, y lo miraba divertido.
-Con este cuerpo podremos celebrar durante horas y horas -dijo entre risas, babeando.
Rolando se miró. Unos enormes senos colgaban de su cuerpo, inclinándolo hacia abajo. “Mierda...“ pensó.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Erik Harrinsal vs los garkiones



Había un universo paralelo a este, extraño como todo lo conocido, pero por lo demás semejante al que habitamos en algunos aspectos y en otros no…., entre muchas otras cosas que lo hacían diferente, una en especial que nos podría llamar la atención; esto era que, en un diminuto planeta, se encontraba un grupo de personas que se hacían llamar viking… em, kinvilm, quiero decir.
Los kinvilm eran personas que no tenían dioses, ni creencias de ningún tipo, no tenían sistema de escritura y su lenguaje era el más tosco y rudimentario que se le pudiese ocurrir a alguien; no había una sola palabra que tuviese sinónimos, ni tampoco los sustantivos podían ser masculinos o femeninos, ni los artículos; de hecho, ni siquiera existía la palabra “hombre”, o la “mujer”; con lo que, para dejar en claro que cierta persona era de determinado género, debía enunciar una oración equivalente en nuestro idioma al “aquel humano tiene pene” o “aquel humano tiene vagina”. De hecho, ni siquiera existía la palabra “sexo”, ni ningún vocablo que se le pareciera, por lo que, para comunicarse que uno iba a tener sexo con otro, debía decirle algo como “voy a meter mi pene en la vagina de aquel humano  repetidas veces”, o “voy a dejar que aquel humano con pene me lo meta en mi vagina”.
De todas formas, los kinvilm no necesitaban lenguaje, ni inteligencia de tipo alguno; con su increíble fuerza física les bastaba para sobrevivir. Según se decía, con sus brazos podían torcer los troncos de los árboles o arrojar piedras de más de quinientas toneladas; la velocidad de sus piernas también era increíble, pudiendo ellos recorrer enormes distancias en poquísimo tiempo. Sus rencillas internas, según se decía, hacían sacudir la placa tectónica de la gélida región que habitaban, razón por la cual muchos de sus vecinos debían estar especialmente preparados para aquellas eventualidades sísmicas.
A pesar de su instinto guerrero nato, los kinvilm hasta entonces nunca habían pensado en invadir otros pueblos, no sólo porque sus diversas tribus se encontraban tan enemistadas entre sí que nunca hubiesen pensado en unirse bajo ninguna circunstancia, sino además porque consideraban a los demás enemigos demasiado poco formidables y los botines que pudieran hacerse en aquellas cruzadas tampoco eran incentivo para ellos, ya que, para ellos, lo único que tenía valor era la sangre de los combatientes dignos, y, por lo que sabían de los pueblos colindantes, estos no los tenían. Mas, en la época en la que transcurre nuestra historia, apareció una persona entre los kinvilm dispuesta, por motivos que pronto diremos, a cambiar esta situación: su nombre era Erik Harrinsal, y él va a ser el principal foco de los diversos acontecimientos del relato, por lo que más vale que les agrade como personaje.
Erik era el kinvilm por antonomasia; y, como tal, era una persona que no le temía a nada. Por lo tanto, no necesitaba demasiadas excusas para partirle el cráneo a los demás. Una mirada sospechosamente amenazante, una expresión de disgusto, un movimiento extraño con las manos, podían significar una sentencia de muerte si uno se encontraba frente a este hombre. A veces, simplemente te mataba por estar demasiado aburrido, o porque había tenido un mal día y necesitaba con quién desahogarse, o porque había tenido un buen día y quería festejarlo de alguna manera, y, como para los demás, no había mejor festín para él que un amasijo de carne, tripas y sangre. En resumen, todo en él era bestialidad, y ello era algo que en su aspecto también podía intuirse. Su barba era tan larga que le llegaba hasta las rodillas, y él se jactaba de no habérsela recortado ni lavado nunca. Según se decía, un nido de enormes cucarachas vivía allí dentro, y en sus ratos libres Erik se dedicaba a cazar ratas para alimentarlas. Sus dientes tampoco estaban muy bien cuidados, pero por algún motivo nunca se habían caído, y se habían afilado lo suficiente como para poder amputarle el brazo a un oso de una simple mordida.
No había ningún momento en que este hombre no estuviese rodeado de mujeres, al punto en que podían amontonarse de a enormes cantidades donde él se hallase, motivo por el que muchas veces la locomoción se le hacía muy complicada mientras se hallaba entre las calles de Pashrank, el pueblo donde vivía. A pesar de esto, Erik no era suficientemente feliz.
Él era el kinvilm más fuerte, había vencido a todos y cada uno de los mayores guerreros de su país una y otra vez, y, a pesar de que nada había más valioso para los kinvilm que el ser buen guerrero, saber esto tampoco lo hacía lo suficientemente feliz.
Una vez Erik, por motivos desconocidos, tuvo la rara necesidad de hablar con alguien, acosado de los extraños sentimientos que estaban comenzando a aflorar en él. La primera persona que se cruzó en su camino entonces resultó ser Rigurd, un feroz guerrero de cabello rubio.
-¿Cómo va, viejo amigo? –le preguntó Erik amigablemente.
Rigurd desenvainó su espada y lo miró de forma desafiante.
-Erik Harrinsal… esta vez no me agarrarás con la guardia baja.
-Mete eso en su vaina; no quiero pelear ahora –dijo Erik tristemente.
-¿No quieres… pelear? –Rigurd escupió-. ¿Tú no quieres pelear? ¿Es una broma? ¡Si lo es, déjame decirte que tu sentido del humor me enferma!
-No es una broma.
Rigurd le lanzó una estocada, pero Erik la esquivó y pateó el brazo con el que el hombre llevaba la espada. Se escuchó el chirrido del metal caer contra el suelo y, al mismo tiempo, un grito de dolor que reverberó por las calles de tierra del pueblo.
-No podrás mover el brazo por unos días, así que te ruego que no sigas insistiendo –dijo Erik observando con indiferencia a Rigurd.
-¡Eres un maldito!
-¿Quieres ir a la taberna? Un poco de cerveza te hará olvidar el dolor.
-Está bien –contestó el otro en un quejido.
Pashrank estaba silenciosa aquella tarde. Un grupo de agudas montañas se podían ver al norte; las gélidas Karathran, hostiles como el espíritu de un asesino y desiertas como los infinitos vacíos del cosmos. De ellas se escuchaba rugir el viento, como un león embravecido por alguna potente droga, y también de ellas se acercaban turbulentas y raudas unas negras nubes.
-Espero que esta noche nieve, creo que aquello se acomodaría a mis sentimientos –dijo de golpe Erik, sin pensarlo.
-¿Qué dices? –Rigurd lo miró extrañado-. No te entiendo en lo absoluto.
-Yo tampoco lo hago –repuso Erik confundido, dándose cuenta de las palabras que acababa de emitir-. Pero no importa, vamos.
La taberna “El jabalí destripado” era tan ruinosa y rústica como el resto de los edificios de Pashrank. Sus paredes eran de adobe y su techo era de paja, y sus ventanas eran apenas orificios circulares que se tapaban con cartón o piedras cuando llovía o nevaba. Al entrar por la desvencijada puerta de madera, Erik y Rigurd se encontraron parados sobre un piso de azulejos negros por la suciedad, observando un antro de olor fétido atiborrado de mesas y sillas con menos patas de las que deberían.
-Ohh… Erik Harrinsal, mi cliente favorito.
La camarera era una pelirroja de carnosos labios y mirada pícara, que se acercó a ellos contoneando su cuerpo.
-Hola Dreya –saludó Erik con apatismo.
-Ah, yo no soy tu cliente favorito, ¿eh? –preguntó Rigurd, escupiendo-. Algún día te voy a hacer brocheta, ¿me escuchaste, perra?
Dreya rió- Tú también me gustas, pero no tanto como Erik.
-Sólo danos unas cervezas, y trata de no molestarnos demasiado mientras hablamos –dijo Erik.
-Oh… bueno –Dreya frunció el ceño-. Estás un poco raro, Erik. Quizás un poco de diversión esta noche no te vendría mal…
-Hoy no tengo ganas.
Dreya abrió los ojos, extrañada. Pero, sin decir más, volvió a la barra.
-¿Acaso estás loco? –Rigurd estaba perplejo-. Dreya es una bestia salvaje cuando hablamos de poner y sacar el pene repetidas veces. Y también me resulta casi igual de extraño que no quieras pelear.
-Por eso quería hablarte… -dijo Erik-. No sé qué me sucede.
-No entiendo ese “deseo de hablar” al que te refieres –dijo Rigurd-. Y debería decir que me has dejado aturdido también a mí.
-Siento la tentación de hablar, precisamente porque mis necesidades físicas no están satisfechas –dijo Erik.
-¿A qué te refieres? ¿Cómo que no lo están? Vives entre orgía y orgía, las mejores mujeres de Pashrank, y de todo el país, suspiran con solo oír tu nombre o ver tu sombra, los taberneros te regalan sus mejores cervezas, los agricultores, sus mejores cultivos, los herreros, sus mejores espadas y los ganaderos, sus mejores reses. No hay nadie a quien no hayas derrotado. Nadie debería ser más feliz que tú.
-Es precisamente lo que dices que me hace feliz lo que me pone triste. Sí, he metido mi pene en todas las vaginas de este lugar; pero lo he hecho tantas veces, que ya no guardan ningún secreto para mí. Y lo que no guarda secretos no puede llamar la atención. Precisamente por parecerme los kinvilm que conozco demasiado débiles, no puedo sentir felicidad al derrotarlos. Creo que necesito ir a otros sitios, conocer más vaginas… vaginas diferentes, de otras pieles y formas, de personas con otros colores y tamaños. Y también encontrar oponentes que puedan hacerme frente.
Rigurd se rió- ¿Otros lugares, dices? En otros lugares no encontrarás guerreros como los de aquí… Conocemos a nuestros vecinos del sur, y no tienen nada que ofrecer, apenas tienen la fuerza suficiente para realizar las tareas del hogar. Sus mujeres tampoco son la gran cosa… Yo he violado a una, hace un tiempo. Sus brazos eran demasiado blandos, y sus arañazos apenas pudieron dejarme marcas…
-Sí, sé que nuestros vecinos próximos quizás sean como dices, pero no hemos recorrido todos los senderos, no hemos visto todas las tierras, ni todas las montañas, ni todos los ríos y mares. Quizás, más allá, vivan pueblos tan belicosos como el nuestro, o puede que todavía más… Y puede que sus mujeres sean aún más fogosas también.
-¿De cuánta distancia estamos hablando y a qué dirección deberíamos ir? –preguntó Rigurd-. Me encantaría que lo que dijeras fuera cierto, pero… ¿qué sucedería si, de golpe, nos encontrásemos en medio de un vastísimo desierto? ¿De qué forma sobreviviríamos? Y si camináramos años y años sin encontrar nada valioso, ¿quién nos compensaría por todo el tiempo perdido?
-No lo sé, pero creo que vale la pena correr el riesgo –Erik se tomó su jarra de un sorbo y eructó.
-Yo no estoy seguro…
-Si tú no quieres ir conmigo no importa –dijo Erik con convicción-. Me iré solo, de ser necesario.
-¿Solo? ¿Tú? –exclamó Rigurd sorprendido-. ¡No, ni lo pienses! Ni siquiera tú que eres el mejor de nosotros podrás sobrevivir allá afuera solo.
-Me da igual; prefiero eso a seguir viviendo como ahora. Sin nada nuevo por descubrir, ni nada por superar.
-Yo iré contigo –dijo Rigurd, haciendo una media sonrisa-. A fin de cuentas, no tengo nada mejor que hacer.
-Como quieras –dijo Erik.
-Quizás haya cosas que nunca imaginamos allá afuera. ¡Universos diferentes al que conocemos se perfilan ante nosotros!
Dreya, que había estado sirviendo cerveza en una mesa cercana a la de ellos, escuchó este último fragmento de la conversación y una lágrima escapó de sus ojos.
-¡Que será de Pashrank sin ti, Erik! –exclamó- ¿Dónde encontrarán los niños tan buen luchador al que imitar, y donde las personas con vagina alguien por quien derramar tanta baba? Tu desaparición sería más devastadora para mí que cuarenta millones de hermanos torturados impunemente.
-Si tanto te disgusta, puedes venirte con nosotros –dijo Rigurd-. A Erik parece darle igual si está solo o si están sobre sus pasos todas las personas y criaturas del continente.
-Si abandonar el pueblo donde nací y viví toda mi vida es el precio a pertenecer a tu lado, Erik, mil veces dejaría a Pashrank para que se congele entre los helados riscos que siempre lo ocultaron –dijo Dreya-. Iré con vosotros.
-Perfecto, genial –dijo Erik con indiferencia-. Pero ahora quiero otra cerveza. Y sin espuma, por favor.
Erik, vuelto al oscuro antro al que llamaba hogar, una solitaria casucha de barro que se erguía enclenque en el extremo sur del pueblo, donde las casas comenzaban a desaparecer bajo la indómita y eterna nieve blanquecina, que llegaba día y noche desde el cielo y parecía desde allí extenderse a lo largo de todo lo conocido, se sentó en una roca a la que usaba para lo mismo que el objeto al que nosotros llamamos con el nombre de “silla”. Entonces comenzó a pensar.
El viento rugía, “Brus Brus, Brus Brus, y se escuchaba el golpeteo del techo metálico, toscamente atado a las paredes de su recinto.
“Cuántas veces tendré que sentarme aquí, a mirar tristemente la roca gris que me circunda, las baldosas inertes bajo mis pies y el cielo aburrido bramando sobre mí. Ojalá la nieve fuese sangre, y yo el viento tórrido que exprima este fascinante líquido de las turbias nubes. Mañana, todo cambiará”
Luego hubo otro gritar de voces, y Erik, sin siquiera darse cuenta, tembló. Eran las voces más horrendas que jamás había oído… y sus gritos parecían ser cantos también, de una melodía tan terrible como terrible era su timbre. Después, se fueron diluyendo con los ruidos del ambiente, y al irse diluyendo, también iba quedando de manifiesto que aquello no se había tratado más que del rugir del viento, que había sonado de forma extraña debido a fenómenos naturales que él no entendía ni le interesaba comprender. Por esta razón, Erik tuvo en su corazón entonces algo de lo que nosotros llamaríamos “mal presentimiento”, cosa que nunca hasta aquel momento le había sucedido, al ser los kinvilm –y él, como cualquiera de los demás- del todo desconocedores de las creencias supersticiosas de los otros pueblos.
De todas formas, río. Todas las perspectivas atroces se le hacían risibles a su mente. ¿Morirse de inanición? ¿Acabar perdidos? Cualquiera de aquellas opciones se le hacía preferible a la permanencia en Pashrank. Si sucedía cualquiera de estas, los altercados no tardarían en aparecer, y ellos significaban una excusa para derramar sangre. De esa forma, aunque no se pudiera divertir con las personas de las demás poblaciones y razas, al menos podría hacerlo con las de su compañía.
Su risa, torpe y demasiado grave, hizo temblar lo que había a su alrededor. Entonces, cerrando los ojos y sin pensar más, se durmió.
A la mañana siguiente, Erik estaba ya dispuesto a partir. El clima ahora estaba tranquilo –al menos, todo lo tranquilo que podía estar en una región como aquella- y se hallaba en el estado de ánimo idóneo. Abrió pues las puertas de su hogar, y fue en busca de provisiones para partir. Necesitaba carne en salazón, una alforja bien grande, un odre y algún que otro utensilio. Así pues, caminó por los senderos pésimamente dibujados que lo llevaban al centro del pueblo. Pero, para su sorpresa, en su camino se encontró con raros y difíciles obstáculos…
-Oh, Erik –exclamaba una muchacha rolliza con el rostro sudoroso y la mirada alicaída-. Me he enterado de lo que has decidido hacer…
-Sí, me voy. Ahora, apártate de mí.
-¡Estás loco si piensas que lo voy a hacer! –exclamó-. No, sabiendo que, una vez lo haga, nunca más podré regocijar mi vista con tu portentosa anatomía. No, sabiendo que ya no podré más deshacerme, disolverme tiernamente entre tus recios brazos y tu áspero y lanudo pecho.
 -Si no lo haces, te apartaré de un empujón.
-Tendrás que ha…
Antes de que acabara la oración, la muchacha había salido volando a diez metros de distancia, pesada como era.
No había caminado más de dos metros cuando escuchó otra voz que lo llamaba, esta vez una masculina.
-Erik Harrinsal –dijo Colrk corazón de águila, esgrimiendo su espada. Su único ojo lo miraba con hostilidad, pero también con respeto-. No estarás pensando en irte sin antes haber luchado contra mí.
-Veo que la noticia ya se ha propagado por todo el pueblo.
-Sí, Dreya no ha podido mantenerlo en silencio. Ya sabes, es una persona extremadamente chillona: no hay nada que le entre, en la cabeza o en donde sea, que no pueda soltar por la boca.
-¿Tan chillona como tú?
-¿Qué dices…?
Erik le dio un puñetazo a Colrk, y este acabó impelido a varios metros de distancia, cerca de adonde la obesa muchacha había ido a parar.
Antes de recorrer una distancia mucho mayor, toda una multitud se había reunido en torno a él.
-¿Qué demonios es esto? –gritó Erik- ¡Déjenme pasar, si no quieren que los mate a todos, uno a uno!
-¡Ven, quédate, por favor! –gemía una mujer al tiempo en que se quitaba la ropa que llevaba y se tocaba sus enormes tetas-. ¿Vas a dejarme a mí y a mis amigas solas?
-Aún debo aprender tus movimientos de pelea –dijo un jovencito-. ¡Algún día quiero ser como tú, pero no podré serlo nunca si te vas!
-Y yo quiero poder seguir embelesando mi mente con tus gráciles asesinatos vespertinos –exclamó un anciano sin una pierna. Él se gloriaba de haberla perdido en una pelea con Erik.
-Vais a tener que joderos, entonces –gruñó Erik, sacando su espada y cortándole la cabeza al viejo de un simple tajo. La multitud festejó la acción con aplausos y vitores-. ¿Quién quiere ser el próximo?
-¡Yo, Erik, por favor, pelea contra mí!
-¡No, yo! ¡Trata de matarme a mí!
Entonces, una voz sobresalió por encima de las demás.
-¡Déjenme pasar! ¡No es necesario que sigan lloriqueando, ni que Erik mate a nadie más!
Rigurd se abrió paso entre la gente, ora empujando a uno, ora matando a otro. Había algo en su tono de voz que hacía pensar a los demás que tenía algo realmente importante por decir, por lo que los demás poco a poco fueron guardando silencio.
-¡Estimada población de Pashrank! –dijo Rigurd, irguiéndose sobre una piedra alta-. Si Erik se va, no tenemos por qué quedarnos atrás, es cierto. A pesar de que él no es nuestro líder, abandonándolo a su suerte estaríamos dejando de lado lo mejor y más granado que esta sociedad puede producir; el mejor ejemplo para los niños, el pene más enhiesto para las mujeres, los mejores combates para jóvenes y adultos y las muertes más dignas para viejos y demás género de debiluchos. Pero eso no significa que debamos impedir su partida; porque así estaríamos actuando como si fuéramos superiores a él, cuando él mismo nos demostró incontables veces que no era así. Y no sólo en lo que respecta a su fuerza: su sabiduría tampoco tiene parangón con las nuestras. Ayer, Erik me contó acerca de sus planes, y acerca del motivo excelso por el que tiene intención de llevarlos a cabo.
“Él piensa viajar a otros lugares, porque sabe, tiene la certeza, la insólita seguridad, de que allá, lejos de nuestros hogares, podremos encontrar combatientes dignos de nosotros, de habilidades impensables y mujeres de otras formas, con distintas vaginas, de una ferocidad también desconocida para nosotros. Y lo hará porque este pueblo, este país, ya no guarda ninguna sorpresa para él.
-Exactamente –corroboró Erik.
-¿Dejaremos que afronte estos mundos desconocidos por su cuenta? ¿O lo acompañaremos hasta las regiones más lúgubres, habitadas por las personas más pacíficas y aburridas que nuestras mentes puedan concebir, o nos quedaremos aquí y lamentaremos su pérdida?
-¡No! ¡Erik, por favor, déjanos ir contigo!
-Haced lo que queráis –dijo Erik, ya cansado de aquella escena-. Siempre y cuando no me molestéis, podéis venir conmigo. A mí me da igual.
-¡Está decidido entonces! –exclamó alegre Rigurd- ¡Preparémonos todos para la partida! ¿Cuándo y en dónde nos juntaremos para salir, Erik?
-Esta tarde estaré al borde de camino, en la última casa –gruñó Erik-. Si mal no recuerdo, le pertenece a ese tal Colrk. Por cierto, ¿Cómo estás de tu ojo?
-Bien… -contestó Colrk sonriendo-. Todavía ansío el momento en que me arranques de cuajo el que me queda.
 -Ese momento ya llegará, lo prometo –dijo Erik sonriendo también-. Bueno, ya sabéis. Si al anochecer no encuentro a nadie donde os he indicado, me iré solo.
Entonces, toda la multitud se dispersó en desbandada como una nube de humo que hubiese perdido su forma por haberse deslizado un objeto sólido justo donde momentáneamente se encontraba.
Así, todos en Pashrank comenzaron a juntar sus pertenencias y a preparar sus mentes también para el viaje que harían. Era algo nuevo y extraño para ellos, pues nunca habían tenido que recorrer grandes distancias; pero, aún así, se lo tomaban ellos con la naturalidad de quien simplemente hace todo conforme a como le llega por primera vez a su mente.
A lo que nosotros llamaríamos “siete de la tarde”, una multitud estaba formada cerca de la casa de Colrk corazón de águila. Iban a sumergirse en lo ignoto sin siquiera considerar los peligros, llegando después, quizás, a recibir estímulos distintos que desplazarán sus mentes fuera de su horizonte actual de pensamientos, a una inquietud y desasosiego nuevos y terribles.




martes, 29 de agosto de 2017

El hombre en bicicleta y el vagabundo

Había una vez un sujeto que andaba en bici. Sus piernas eran fornidas, su barba era larga y rulosa, sus ojos, negros como la noche, sus cabellos, enmarañados y sucios. Siempre llevaba un sombrero de copa, y una mochila a sus espaldas, donde guardaba una botella de agua y una bolsa con tabaco para armar y papelillos. También tenía un cuaderno y un bolígrafo, y allí anotaba todo cuanto salía de su mente. 
Esta persona tenía por nombre Juan, y nadie sabía quién era ni de dónde venía. Simplemente, recorría una vez tras otra las calles de cemento, a ningún lugar. ¿Cómo se ganaba su pan? ¿Qué era lo que lo motivaba a adoptar actitudes tan extravagantes? Nadie lo sabia, si bien cada cual especulaba algo diferente. La gente común, simplemente, se esforzaba por ignorarlo y proseguir con sus cotidianas existencias.
Una vez, Juan encontró a un pobre vagabundo llorando en la calle, y su corazón se apiado de él, por lo que bajó de su bicicleta y comenzó a hablarle.
-¿Qué congoja aflije a tu espíritu, viejo amigo? –le preguntó.
Al vagabundo apenas podía vérsele el rostro, pues lo tenía del color de la resina, al haber pasado tanto tiempo a la intemperie, y su barba gris lo cubría en su totalidad. Sus ojos reflejaban la nada misma.
-Ya ni lo sé. ¿Tienes vino? ¿O pegamento?
-Aquellas cosas solo empeoraran tu situación física y mental, amigo –advirtió Juan-, si quieres, puedo darte una botella de agua.
-El agua no me interesa, no soy un atleta como tú. Quiero pegamento.
-Si tan solo me escucharas un segundo… te darías cuenta de lo mal que estas haciendo tu vida –dijo Juan-. Yo seré tu amigo, si quieres, y te ayudaré, prometo que tengo planes que van a servirte para mejorar tu condición.
El vagabundo, después de reflexionar un segundo, dijo: -De acuerdo, ¿qué es lo que tienes para decirme?
-Lo que debemos hacer, es formar un sindicato. Tenemos que hablar con los grandes empresarios y convencerlos de que es lo mejor para tu gente. Una vez el sindicato sea lo suficientemente poderoso, extorsionaremos al estado para obligarlo a bajar los impuestos hasta tal punto, que entrara en crisis. En ese momento, la gente abrirá las puertas blindadas de sus casas de cemento y saldrá con cacerolas a protestar por las veredas, todos los funcionarios políticos, furiosos al escuchar nuestros reclamos, y temerosos de lo que nuestras voces podrían provocar, renunciarán al mismo tiempo. El gobierno tal y como se lo conoce será totalmente aniquilado: el pueblo, feliz, anunciará gloriosamente a través de sus respectivas cuentas de Facebook y twiter, el resultado de esta revolución. Luego crearemos una nueva sociedad, mucho mejor que la que ahora hay. En el sistema que tengo en mente, todos seremos felices, pues la situación económica de cada persona va a ser la misma.
-Ah… sí... Ah, claro, claro –asintió el vagabundo-. Entiendo, entiendo ¿Después qué más vais a hacer? Me estás causando mucha intriga.
-Una vez solucionado el problema principal, la solución a cada inconveniente en la vida aparecerá frente a nuestros ojos.
-Entonces, hay que formar un sindicato, ¿no?
-Así es.
-¿Tengo que firmar o hacer algo para entrar a ese sindicato?
-No: será un sindicato informal, fuera del marco legal.
-De acuerdo, de acuerdo. Pero primero necesito encontrar a mi amada mascota, Phipil, que es mi único amigo. 
-¿No es ese que esta ahí? –preguntó Juan señalando un pequeño animal gris que se acurrucaba encima de una gran pila de cajas de madera.
-¡Oh sí! ¡Phipil! –exclamó el vagabundo, sonriendo- ¡Lo has encontrado! ¿Cómo puedo agradecértelo?
-No tienes por qué hacerlo: en mi sociedad perfecta, todos nos ayudamos entre nosotros sin esperar recompensa.
El vagabundo se incorporó con lentitud, como si le costara, y de repente comenzó a toser.
-¿Estás bien? –preguntó Juan.
-Sí, sí, gracias: solo me duele un poco la espalda, he dormido en una posición terriblemente incómoda. ¿Me harías el favor de recoger a Phipil por mí? Sube por las cajas con cuidado, es un animal muy diminuto y no quiero que se caiga y se lastime.
Juan, radiante de alegría, no dudo un segundo en mostrarse lo más servicial posible en esa tarea. Luego de llegar a la cima y recoger, con el corazón al galope, al pobre perro hambriento, Juan miró hacia abajo. Su bicicleta había desaparecido.

martes, 22 de agosto de 2017

El poder de lo pequeño

Yo trabajaba para una empresa de desinfección de no muy grandes recursos como simple vendedor. Podía decir que, a pesar de la humildad del puesto que desempeñaba, me gustaba mucho mi trabajo… ya que se relacionaba directamente con una de mis mayores manías: la limpieza. Me gustaba sentirme lo más limpio posible en cada momento del día, por lo que me bañaba antes y después de acostarme, me cepillaba los dientes antes y después de cada comida y siempre que volvía de la calle me frotaba fuertemente las manos con alcohol en gel y jabón. Creía que los gérmenes y virus que actuaban a nuestro alrededor podían y de hecho eran controlados por el hombre, y éste era uno de los principales motivos de mi felicidad. Pero no podría haber estado más equivocado.
Había una persona en particular que despertaba enormes sentimientos de admiración en mí, al punto de haberse transformado en mi más grande referente… Su nombre era Lucio Garatti, y en todo ese tiempo no habían dejado de pasar hechos asombrosos con respecto a su persona, hechos que repercutieron en todo el planeta. En la secundaria habíamos sido grandes amigos; mientras que otros se habían decidido a ignorarme, él se había interesado especialmente en mí, y me había compartido secretos que a todos los demás había ocultado. Pero cuando comenzó a estudiar en la universidad de bioquímica nos fuimos distanciando, porque yo había, después de una larga búsqueda, conseguido un empleo y él siempre se hallaba demasiado ocupado con sus estudios.
Él nunca había demostrado tener una inteligencia prodigiosa, por lo que pueden imaginarse cuán grande fue mi sorpresa al enterarme que había descubierto una cura contra el cáncer. Las regalías lo habían hecho multimillonario. Cuando me enteré de aquello, sentí una sorpresa sobrehumana, seguida por un gozo de iguales magnitudes y, poco más tarde, una recapitulación de los recuerdos que tenía de él que duró varios minutos; estuve como acomodándolos para que tuvieran sentido respecto a lo que en mi mente significaba hacer un descubrimiento de esa envergadura y rellenando los incontables espacios huecos con ayuda de mi desbocada capacidad imaginativa.
Podrían hacerse una idea del anhelo que tenía por encontrarme con él después de eso, no sólo por lo que representaba para mi pasado como amigo, sino también por la relación entre sus insuperables hazañas y mi eterna obsesión con la manejabilidad de la naturaleza. Así que también podrían hacerse una idea del alborozo que me embargó al recibir un correo electrónico suyo que entre frases lisonjeras me invitaba a su casa, “en aras de los viejos tiempos”.
Al llegar a la dirección indicada (ubicada en los suburbios de la zona de mayor magnificencia), quedé admirado por los vitrales que se exhibían en la fachada de su vistosa mansión... En ellos figuraban criaturas excéntricas de otros planetas, algunas luchando entre ellas y otras despidiendo sustancias ignotas por ciertos orificios en sus cuerpos. Noté cierta influencia del surrealismo en éstas, si bien suponían una perfección estilística con pocos parangones en esa corriente artística, y me pregunté quién habría sido su artífice.
Al ver a Lucio entre las columnas de su suntuoso pórtico, observé extrañado que su aspecto había cambiado con radical brusquedad desde nuestro último encuentro. De alguna manera parecía más joven que antes a la vez que más agotado y enfermizo, lo cual no se me hacía bastante lógico que sucediera; me pareció que algunas de las pequeñas arrugas que circundaban sus ojos habían desaparecido y que el cabello de la parte posterior de su cabeza había recuperado su exhuberancia y brillantez, de igual forma que sus mirada había ganado un matiz virulento e insano y en su boca se dibujaban gestos cuya ambigüedad, a pesar de no haberla podido descifrar, me inquietaba.
Luego de innumerables saludos corteses y entusiastas dadas de mano, Lucio me urgió en un desusado paso de elegancia que accediera al acogedor vestíbulo de su palacio, y al hacerlo no pude menos que envidiar su menaje: tenía cuadros de Dalí y Rembrandt colgados de las paredes, vinos borgoñeses exhibidos en estantes de madera de excéntricos adornos, y sofás de cuero de gran tamaño y de reluciente superficie.
Después de otras tantas expresiones cordiales (verdaderos homenajes al buen decir), ocurrencias de mucha gracia y remembranzas, Lucio me invitó a una copa de coñac.
—No tengo mucho de ésta, pero es de la mejor cepa de Europa –dijo.
Inconscientemente una marejada de sutiles emociones relacionadas a los celos se fueron agolpando dentro mío ante aquella muestra verbal de orgullo ante la ostentosidad, y al hacerlo sentí remordimiento por ello. Lucio de alguna forma pareció darse cuenta de eso, pues agregó.
—No te apenes por no tener gran cosa. Lo grande siempre está subordinado a lo pequeño.
Si bien entonces no entendí la frase que acababa de pronunciar, había algo en ella que me hizo estremecer.
—¿A qué te refieres?
Lucio rió— No importa.
Había una suerte de nerviosismo, e incluso de demencialidad, en suma intenso oculto detrás de esa carcajada, que me dio la impresión de que, como efectivamente acabé comprobando, aquella frase tenía un sentido que el otro no creía que estuviera en el momento oportuno de explicar. Quizás este preludio misterioso a lo que vendría no era más que una forma de dramatizar o enfatizar lo que diría, o podía ser que lo hubiera soltado accidentalmente… No lo sé.
La conversación prosiguió por derroteros normales, y acabado el coñac unas botellas de vino fueron apareciendo, mientras nuestras lenguas se iban soltando más y más. A medida que mi alegría y mis náuseas aumentaban, también se desvanecían de mí las extrañas emociones que había tenido en un principio, casi hasta el punto de olvidármelas y sentir que estaba ante ese adolescente Lucio con el que tantas peripecias había vivido. Después de acabar una divertida anécdota sobre un antiguo conocido nuestro y algunos segundos de silencio, Lucio repentinamente dijo, poniéndose serio:
—Tengo un anuncio que hacerte.
—¿Sobre qué se trata? –pregunté.
—Esto no va a ser algo que me agrade explicar, pero fuerzas superiores a mí me obligan a hacerlo. Lo cierto es que no te invité a mi casa esta noche “en aras de los viejos tiempos”… en realidad, vine para darte un comunicado.
—¿Qué quieres decir? –estaba perplejo, y el alcohol no me dejaba pensar claramente.
—Para que entiendas lo que me fue encomendado revelarte, antes de decirte nada debo contarte cierta historia, por lo que te ruego a que me escuches sin interrupciones.
“Como debes saber, yo fui agnóstico la mayor parte de mi vida; pero ya no lo soy, y eso se debe a algunos fenómenos que he presenciado que me han hecho evidente la existencia de seres superiores que sólo pueden manifestarse a escalas subatómicas… dioses, si lo prefieres.
“Estoy seguro de que, por alguna razón, yo fui elegido para desentrañar algunos de sus secretos y actuar como su intérprete y portavoz.
Al oír esa primera parte de su narración, temí de su cordura con seriedad… Creo que me habría escapado indefectiblemente de él, hubiese tratado de encontrar alguna desesperada excusa para alejarme de sus estancias, y me habría asegurado de que no volviese a saber de mí, de no haber sido porque había descubierto una cura contra el cáncer. Su probada portentosidad le daba a cuanto decía un dejo de verosimilitud que me hacía escucharlo con imperturbable atención.
—Pero debería ex ante remontarme en mi génesis a la semilla de mis posteriores vicisitudes, que no fue más que una idea, sacada como conclusión de ciertos experimentos que realicé movido por otra que fue enunciada por muchos investigadores antes. No sé si lo sabrás, pero según la mecánica cuántica, ciertos fenómenos dependen directamente de quién los esté observando… Según ciertas personas dicen, la posición de un átomo se determina en el preciso instante en que un instrumento logra captarlo…o incluso puede ocupar dos lugares o más al mismo tiempo. Si bien las evidencias de que el mundo microscópico funcionaba en apariencia bajo leyes completamente distintas a las del mundo macroscópico eran demasiado palmarias y aplastantes, estaba determinado a probar que había errores en los cálculos y exámenes llevados a cabo sobre aquel asunto de las diferencias de perspectiva… y así, descartado lo absurdo, forzar a los teóricos a comenzar a tratar de imaginar hipótesis más realistas. El sólo pensamiento de lo que aquellos científicos insinuaban hacía asomar en mí sensaciones de mareo y desasosiego que no podía expresar bien, creo que porque intuían un mundo del todo ajeno a las predicciones que están al alcance de la razón hacer.
“Pero no pude menos que llevarme una sorpresa. Cuando en soledad observaba con mis artefactos las moléculas no sólo se comportaron de forma distinta a como nunca antes se había descrito, sino que, al hacer las mismas observaciones junto a otras personas, éstas pasaban a comportarse de la forma en que siempre lo hacían. ¡Era imposible! ¡Debía haber una equivocación! Me repetía incesantemente. Mis colegas me acusaban de falsear los datos de mis resultados, algunos de ellos me llamaron desquiciado y mal bromista, y muchos de ellos pasaron a odiarme, pero yo estaba demasiado aturdido como para que eso me importara.
“Yo seguí haciendo observaciones, y los resultados fueron siempre igual de insólitos. Entonces deduje en base a ellas que las partículas actuaban en su conjunto, como si estuviesen siendo movidas no de forma independiente y por inercia, sino que por algún espíritu pensante… Era como si me estuviera tratando de dar alguna señal, de comunicar algo. Aunque fuera terriblemente ridículo, era la única explicación que podía hacerse de aquello.
“Así que me largué a la tarea de estudiar cada movimiento que daban y a encontrar alguna clase de patrón, cosa que no tardé en conseguir… Al parecer, este espíritu había diseñado un código por el cual cada serie de movimientos formaba una letra del alfabeto latino. Las letras formaban palabras que podían ser entendidas por cualquier hispanoparlante.
“No podrías concebir lo embotado que estuve entonces… todas mis ideas, todo mi apoyo emocional e intelectual, todo se derrumbó allí mismo, en un instante, en el suceso más inverosímil que jamás había vivido.
“No voy a citarte mensajes enteros, pues no me está permitido, pero sí estoy autorizado a darte un breve reseña de la historia que me han referido (la original me tomó más de cien páginas transcribirla).
“Tantos nosotros, como nuestros cerebros y todo el mundo que podemos ver, no es más que la representación material de los pensamientos de mentes que habitan algo parecido a “otro mundo”, a pesar de estar indeleblemente unidos a éste… Nosotros no podríamos entenderlo completamente, ya que nuestras mentes están formadas de materia… y por lo tanto no son del todo reales.
“Ahora bien, al principio estuvo Ezthat, la incandescente… Hubo otros antes que ella, (hay infinitos dioses, fragmentándose infinitamente), pero ésta fue la que creó lo que acabó siendo este universo en particular… Y de todas formas no se puede saber nada de los dioses que no están emparentados con el surgimiento y la regulación del que habitamos. En fin, Ezthat era muy propensa al hastío y a la depresión, por lo que, sólo para entretenerse, creó un submundo que dependía de su estado emocional y subdividió sus pensamientos a manera de deidades para regir sus elementos… y así surgió el sabio Helio, el circunspecto Hidrógeno, los más poderosos dioses, y luego, a través de sus propias fragmentaciones, causadas por las diferentes maneras en que reaccionaban entre sí, otros más insignificantes como Carbono, Nitrógeno, Oxígeno y Hierro.
“Al principio, Ezthat se divertía observando cómo los protones y antiprotones comandados por sus nuevos dioses se aniquilaban entre ellos y liberaban en explosiones ciclópeas terríficas masas de energía y cómo por su choque y mezcla iban surgiendo otros elementos. Pero Ezthat, como ya dije, era muy propensa a la depresión… y acabó odiando sus invenciones y, ya sin la imaginación necesaria para idear formas alternativas de esparcimiento, decidió suicidarse en lo que se conoce por los astrónomos como “Big Bang”.
“Así, la consciencia de Ezthat acabó escindida en tan minúsculas porciones, que pudieron todas ellas ser fácilmente dominadas por los dioses que otrora había creado, y que ahora eran independientes de su poder. Éstas rigen lo que conocemos como el mundo de lo macroscópico, y no poseen una inteligencia plena como consecuencia de haber sufrir demasiados daños tras el gran estallido... su comportamiento es casi inercial. Aun así, sólo son gobernadas de manera indirecta, ya que en realidad cada dios únicamente puede ejercer real dominio sobre el elemento asignado.
“Pero pervivía todavía cierto deseo entre los dioses, tanto los elementares como los macroscópicos, un deseo primigenio heredado de Ezthat: la innovación como forma de combatir la monotonía. Por eso, no contentándose con crear las estrellas (tanto azules, blancas azuladas, blancas, blancas amarillentas, amarillas, amarillas anaranjadas y rojas como las de neutrones, las púlsar, las de quarks, las de preones, las de tecnecio, las fulgurantes, las Herbig Ae/Be, las Lambda Bootis, las de mercurio—manganeso, las de helio, las Bw, las CH y las de bario), crearon los planetas (tanto los hinchados, como los helados, los gaseosos y los terrestres) y, dentro de algunos de ellos, la vida.
“La vida surgió en varios planetas a la vez. Al principio, era sólo bacteriana, ya que nada más que los dioses elementares tenían la capacidad necesaria para crearla desde cero. Ellos idearon el ADN, pues sabían que de esa forma los seres podrían crecer y evolucionar de manera imprevista aún para sí mismos, y que supondría una eventual variedad de géneros estéticos y de modus vivendi que podría satisfacer, aunque sea por un momento, su insaciable amor a la heterogeneidad.
“Pero hace quinientos sesenta millones de años ocurrió algo. Estos seres microbianos estaban comenzando a mutar hacia seres pluricelulares, y al aumentar de tamaño iban escapando de su dominio. Este fenómeno es el que los geólogos llaman “explosión cámbrica”, y fue cuando aparecieron los primeros seres visibles en la Tierra.
“Los dioses elementares, después de un extenso debate, permitieron la existencia de estas criaturas regidas por los dioses macroscópicos pero con una condición: que nunca llegaran a tener mayor influencia ambiental que los microbianos.
“Cuando surgieron los hombres, de más está decir que se desconcertaron bastante. Debido a nuestra sobrenatural capacidad muchos de ellos desearon aniquilarnos (y todavía lo hacen), pero la curiosidad hacia nuestra idiosincrasia acabó prevaleciendo a pesar de todo.
“Yo no fui el que descubrió la cura contra el cáncer… no existe tal cosa como una cura, ni contra el cáncer ni contra ninguno de los males que sobre nosotros se puedan cernir. Yo solo fui asignado a la tarea de informar a la población humana de una decisión que fue tomada por ellos… Mi único crédito consistió en descifrar su lenguaje.
“Pero yo no soy el único hombre que ha sido contactado por los dioses. A través de ciertos mensajes se me ha indicado la residencia de cierta persona, otro científico, como yo. Él era miembro de una suerte de Orden Sagrada…, una institución secreta que recibía los mensajes de los dioses y cumplía lo que ordenasen, y me ha hecho entrar en ella. La mayoría de los miembros de esta Orden habían sido llamados de la misma forma que yo, y sus historias resultaron ser todas parecidas… Casi ninguno de ellos era ajeno a las ciencias duras, y en particular, a las relacionadas con el estudio de lo microscópico.
“Sepa usted que, a diferencia de los dioses del folclore popular, los reales dioses son sumamente discretos y no le revelan su existencia a cualquiera. Se aleja completamente de sus deseos el ser adorados o temidos, o siquiera tenidos en cuenta. Pero son muy orgullosos y muy sobreprotectores hacia lo que consideran suyo, y no les agrada que los hombres crean dominar elementos que les pertenecen… Por lo tanto, nos necesitaban a nosotros como mediadores entre ellos y aquellos que se vanagloriaban con demasiada impunidad de tener controlados los agentes y fenómenos que en realidad ellos gobiernan. No por una cuestión de funcionalidad, ya que aquellos pueden ser con justicia castigados prescindiendo de nuestra asistencia, sino que por un asunto de mera formalidad. Era más considerado agregar el factor “humano” a sus acciones. Preparar a los sentenciados a lo que les deparaban con sus dictámenes, hacerles conocer sus yerros y darles tiempo al arrepentimiento.
“Se ha tenido conocimiento de tu malsana obcecación a estimarte un supremo señor de tu entorno, al indiscutible adalid de tu propio reino. También de tu sacrílega vanidad cimentada por eso. Y se ha juzgado menester establecer una pena por tan horríficos pecados. Se ha optado por mí para declararte tan funesto veredicto, debido a la amistad que tan fecundamente nos coligó en otras épocas…
La voz de Lucio se había ido poniendo más grave a medida que pronunciaba su anómalo discurso, y al llegar a ese final había ganado una congeladora rigurosidad que coagulaba el ánimo de quien lo oía.
—¿Qué quieres decir? –barboteé. Me sumí de golpe en un miedo mortal, mi corazón comenzó a agitarse con violencia y los poros de la piel de mi frente comenzaron a exudar copiosas cantidades de empapador sudor…
—A partir de ahora, comenzarás a envejecer con brusquedad. A las tres semanas se te empezará a caer el cabello y te saldrán ojeras y algunas rugosidades cerca de las comisuras de tus labios. Al tercer mes lo que te quede de cabello se blanqueará, los músculos de tu cuerpo perderán parte de su antiguo vigor y una fruncida papada se irá replegando por debajo de tu mentón. Al sexto mes perderás lo poco de encanto juvenil que te quede, tu piel se resecará y presentarás arrugas en cada porción de tu rostro. Al noveno ya te verás como un octogenario, tu vista empezará a languidecer, aumentará tu hipertensión arterial, se esfumará de ti todo rastro de eficaz elasticidad muscular y de deseo sexual; comenzarás a olvidar cosas y pensar con torpeza. Al décimo te saldrán cataratas y serás incapaz de moverte por tus medios, y te aquejarán insoportables dolencias anatómicas. Al undécimo quedarás ciego y tu audición también empezará a fallar. Finalmente, cuando se cumpla exactamente un año de esta reunión, te irás de este mundo.
“Es probable que seas estudiado por médicos de todos los países, y se te entrevistará en muchos programas de televisión, ya que tu caso será excepcional. Eres libre de dar la mentira que quieras… pero te sugiero que te guardes lo que acabo de decir en absoluto secreto. Recuerda que los dioses pueden hacerte más plácida la expiración… o más atormentadora.
—¡Pero cómo! –exclamé, saltando con violencia de mi asiento, tembloroso— ¡Tú también sentías una soberbia parecida a la mía, con respecto al exceso de poder del hombre! ¿Por qué no…?
—Sí, y los dioses han decidido castigarnos de diferente manera… —Lucio posó en mis ojos una mirada en parte atribulada y en parte condescendiente—. A mí, dándome una existencia en exceso larga y terrible… y a ti, una mucho más breve, pero igual de lamentable.
Después de eso, víctima de un intenso horror, pedí a Lucio que me abriera la puerta con un silbante tartamudeo. Apenas pude guiar mis piernas a través de las calles empedradas y estaba tan desorientado que acabé perdido.
Al día siguiente me hallaba algo mejor. Me culpé a mí mismo por haber tomado con tanta seriedad los sucesos de la noche anterior, porque cuanto había pasado se me hacía absurdo y ya no creía que las predicciones de Lucio se cumplieran. Me miré al espejo y no noté ningún cambio.
Pero pasadas dos semanas observé con espanto que realmente estaba envejeciendo con premura. Mis ojeras estaban infinitamente más pronunciadas de lo normal y mis entradas se acrecieron espectacularmente.
Ahora ya han pasado ocho meses de ello, y apenas puedo ver lo que estoy escribiendo. Ya no luzco como una persona de veinticinco años. Tal y como Lucio había pronosticado, fui interrogado por expertos en todo tipo de materia e incluso he aparecido en televisión… pero no he contado nada de lo que había sucedido en mi horroroso encuentro con el bioquímico. La desesperación y la tristeza se me hacen insufribles a la vista de la inminente muerte… dioses, ¡Cuánto lo lamento! ¡He aprendido muy bien mi lección! ¡Por favor, perdónenme! Ayuda… socorro.



miércoles, 16 de agosto de 2017

El bucle

1_Introducción

Era un día como todos, tan pedorro como todos, repetitivo a más no poder.
Madart se levantó de su cama por milésima vez y se cepilló los dientes por milésima vez y se bañó por milésima vez. Después saludó a su madre por milésima vez, a su padre por milésima vez, a sus hermanos por milésima vez y comió por milésima vez. Luego se tomó el colectivo para ir la escuela por milésima vez, estuvo en la escuela por milésima vez, bromeó con sus compañeros por milésima vez, dibujó en los pupitres mientras los profesores hablaban por milésima vez, se fue de allí por milésima vez, miró la televisión hasta las doce por milésima vez y después la apagó para dormirse por milésima vez.
Antes de dormir, Madart abrió los ojos sumamente extrañado y sorprendido, su expresión sería terrible para quien pudiera descifrarla, y entonces susurró roncamente, con algo de miedo.
-Estoy atrapado. Sólo ahora puedo moverme y actuar diferente. ¿Qué puedo hacer?
Entonces Madart entró a hurtadillas a la habitación de sus padres por milésima vez, y robó dinero de la cómoda mientras ellos dormían, por milésima vez también. El sueño de sus padres era siempre muy profundo y siempre podía.
Y luego Madart fue a un bar y se emborrachó para olvidar que no era libre y que el día siguiente sería como todos y no podría cambiarlo, pues al dormir todas las piezas que componían el universo volvían a reacomodarse, todo volvía a suceder exactamente como el día anterior, al menos hasta que llegaran LAS DOCE.
Y Madart preguntó borracho a la gente que se cruzó:
-¿Qué puedo hacer para escapar de este bucle? ¿O hay algo que me permita seguir despierto para ser libre un poco más de tiempo?
Pero nadie entendía lo que Madart decía y lo llamaban borracho, lo despreciaban y se apartaban de él, y Madart seguía bebiendo con aflicción, con desesperación en la mirada. Luego volvió a su casa por milésima vez, a su cama por milésima vez y se durmió por milésima vez.

2_ El desconocido

Y el día siguiente fue igual, como era de esperar, hasta que llegaron las DOCE y Madart volvió a abrir los ojos con sorpresa y terror, y con terror volvió a implorarle “Perdón” a dios para que lo liberara, pues no entendía qué crimen había cometido para ser castigado de esa forma. Pero dios no le contestó, ni entonces, ni antes ni después.
Y Madart volvió a robar dinero y volvió al bar y volvió a emborracharse y volvió a hacer esas preguntas a los desconocidos. Esta vez, alguien le contestó.
-No entiendo lo que dices, pero si quieres seguir despierto tengo cocaína.
Madart primero estaba dubitativo, pues este hombre no tenía buena pinta: su tez era negruzca, sus ojos demasiado oscuros para poder discernir algo de ellos, sus rasgos demasiado hoscos, animalescos.
-Ven conmigo al baño.
Madart entonces recordó que era prisionero del destinó y aceptó. Muchas bolsas de cocaína tomaron Madart y el desconocido y hablaron de muchas cosas, profundas y no tan profundas, hasta incluso se rieron, aunque pocas veces, pues ambos eran sombríos por naturaleza.
-Sucede desde antes de que recuerde que todo siempre sucede exactamente igual –confesó Madart al desconocido, estimulado por los efectos de la droga-. Creo que el destino me ha impuesto esta carga por alguna razón, debo revelarle alguna calamidad al mundo, quizás, o sufrir por algo que no recuerdo.
-¿A qué te refieres con exactamente igual, mi recién descubierto pero no por eso menos agradable amigo? –le preguntó el desconocido intrigado.
-Siempre me levanto en la misma cama de la misma forma, voy a la misma escuela, donde están los mismos profesores, siempre hago las mismas bromas y me contestan de la misma forma; siempre como lo mismo y meo lo mismo y cago lo mismo y no lo soporto más. Hasta que no llegan las DOCE todo resulta igual.
Entonces el desconocido se rió con amargura y escupió estas palabras:
-Largos y enfermizos resultan los días para nosotros, amigo mío. Pues déjame confesarte que yo sufro la misma maldición y que todo resulta siempre igual para mí y no hay nada que pueda hacer al respecto hasta que son las DOCE. Es por eso que tomo cocaína, que me sumerjo tan insensatamente en este mundo de locura: porque al menos de esa forma el sueño tarda más en llegar y así el recreo dura más tiempo.
-Pero amigo mío –Madart estaba más triste entonces que lo que jamás había estado-. ¿Es acaso la cocaína la única solución? Tiene que haber otra senda, otra solución a nuestros estados. ¡Tiene que haber algo que nos libere para siempre!
-Aún no lo sabemos, pero estamos haciendo estudios y averiguaciones y a veces creo que no estamos lejos de hacer algún descubrimiento provechoso… -el desconocido había impregnado a su voz de un halo de misterio al decir esto.
-¿A qué te refieres con “ustedes”?
-Nosotros no somos únicos, señor Madart, aunque haya pocos de nosotros –dijo el desconocido-. Después de las doce puedes entrar a nuestro grupo de FACEBOOK, allí tenemos toda la información sobre nuestra condición. Acuérdate de hacerlo después de las doce.
-Solamente podría hacerlo después de las doce –repuso Madart soltando una risa resignada-. Sinceramente no guardo demasiadas esperanzas, pero todo cuanto dices me alegra el corazón. Te he juzgado mal.
-Los prejuicios salen de los días eternos, cuídate de todos ellos –replicó el desconocido.
-Por cierto, no sé tu nombre. ¿Cómo te llamas?
-Nosotros nos conocimos después de las doce –respondió el desconocido sacando otra bolsita de cocaína-. No necesitamos nombres. ¿Quieres otro raquetazo?
Madart tomó la bolsa que le ofrecía el desconocido, metió la llave de su casa en ella y sacó una buena cantidad de cocaína que posteriormente esnifó.
-Está muy buena.
-Es la que tomaba el chófer de Diego Armando Maradona. Tengo buenos contactos.
Madart siguió departiendo con el desconocido varias horas, luego fueron a comprar más cervezas, y luego volvieron al baño, y luego fueron a comprar más cervezas, y luego volvieron al baño, y el desconocido salió afuera a comprar cigarrillos y Madart lo acompañó, y Madart luego fumó con él, aunque nunca lo había hecho, y ambos siguieron tomando cerveza y tomando cocaína en el baño, y fumando afuera, y así sucesivamente.
-¿Qué mierda es esto? –preguntó entonces Madart, soltando su cigarrillo-. Todo se repite, igual que si fuera de día. ¿Qué mierda estamos haciendo?
-A veces la cocaína puede llevar a eso –rió el desconocido-. Pero, ¿qué importa? A fin de cuentas, despertaremos y haremos lo que siempre hacemos de día.
-No puedo aceptarlo. No puedo seguir este camino, lo siento. Tiene que haber otra opción. Fue un placer conocerte, pero no quiero volver a verte. Adiós.
-Adiós, compañero –el desconocido no pareció sorprendido por el brusco cambio de dirección en los acontecimientos, si no levemente divertido-. Te recordaré.
-Yo preferiría no hacerlo, igual que no quisiera recordar nada. Adiós.


3_La huida
Entonces Madart volvió a su casa, pero esta vez no pudo dormirse si no hasta mucho después, y revolcarse en su cama fue repugnante. Luego, todo ocurrió como de costumbre hasta las doce. Y Madart robó dinero de la cómoda de sus padres por milésima vez y salió a las oscuras calles por milésima vez, donde se emborrachó por milésima vez. Pero esta vez no pensaba volver a su cama, pues pensaba “si vuelvo allí, entonces me despertaré allí y todo será igual. Quizás sean las propiedades de esa cama las que causen esto, o las de esa casa o las de esa habitación. Dudo que después de dormirme aquí me despierte allí”. Mas… ¿qué podría hacer? ¿adónde ir? ¿cómo? Pues simplemente caminar… aquello no le convencía. Aunque nada le convencía, en realidad.
Madart sabía los nombres de algunas calles porque siempre habían estado ahí, pero las que iba conociendo después de las doce se le borraban mucho más rápidamente de la memoria, así como todo lo que le ocurría. Vaya a saber si por la cantidad de alcohol que ingería entonces o debido a alguna ley física o regla de dios que él desconocía. Madart también sabía, aunque ni recordaba de dónde, que si seguía derecho tarde o temprano llegaría a algo llamado “campo”; un lugar donde había algo llamado “vacas” –criaturas que aunque podía evocar con su cerebro, no recordaba haberlas visto ni tampoco oído siquiera mencionar-, donde había “pasto” y “árboles” –respectivamente, lo verde que solía haber en los pisos de los parques y los palos marrones que se iban bifurcando y también tenían verde en sus extremos-, y también había granjeros, hombrecillos con azadas y sombreros de paja que a veces mascaban hojas. ¿Habría de ir al campo? Quizás, al menos no estaría en la ciudad.
Entonces Madart sintió un hambre atroz y se sorprendió y horrorizó tal como le sucedía siempre que sonaban las DOCE. ¿Qué carajo era aquello? ¿Cómo podía ser tan fuerte, tan horrendo? El estómago rugía, estaba allí mordiéndole el vientre, y le mordía el espíritu también, sentía, y no lo podía dejar en paz un segundo, al punto en que no tardó mucho en olvidarse de lo que “paz” significaba y hasta le restó importancia al día, a la repetición eterna e insoportable.
No.
-No puedo volver a encadenarme –susurraba Madart-. A la prisión infinita, no.
Pero el hambre era demasiado fuerte, demasiado horrendo, y a cada cuadra que Madart caminaba se hacía más intenso y ya no sólo lo sentía en la panza, si no también en cada célula de su cuerpo, y le paralizaba el cerebro y hacía flaquear sus piernas.
-¿Qué pasa si sigo? –se preguntó Madart en voz alta-. La muerte… esa es la palabra que viene a mi cabeza. Pero… ¿qué es la muerte? Lo que mi cabeza me dice es que no es absolutamente nada y que no debería tenerle miedo. Pero le tengo miedo y todos le temen, aunque no todos sean como yo.
Y entonces vino la sed, una sed que le comprimió a tal punto la garganta a Madart que ya no pudo hacerse capaz de emitir vocablo alguno.
“Debo seguir, de todas formas”, pensó Madart.
Y entonces vino el frío, y Madart se abrigó con hojas, con cartones, con lo primero que encontró, pero seguía teniendo frío, y le temblaban todas las extremidades.
“Esto no es calor, al menos”, pensó Madart. Aunque entonces ya no comprendía el significado de “calor”.
Y al final caminó tanto que las calles se hicieron desconocidas y ya no sabía adónde iba, y la gente se hacía más extraña a su alrededor.
-Son solo personas ustedes, ¿qué pueden hacerme? No sé dónde estoy… ¿y qué tiene?
¿Habría repeticiones en la muerte? No… entonces, ¿qué la hacía peor que la esclavitud? Madart no lo sabía, pero de todas formas aquella noche volvió a su casa por milésima vez y se durmió por milésima vez.

4_El grupo

Madart vivió lo que ya sabemos todos que iría a vivir, hasta que llegaron, como bien sabemos, las DOCE. Entonces abrió su cuenta de facebook y buscó el grupo del que había hablado el desconocido, “Esclavos de bucles”, era su nombre, y contaba con unos escasos treinta miembros; el contenido era, por supuesto, secreto, pero Madart fue aceptado apenas mandó una petición para unirse. La descripción que había del grupo era la siguiente:

Esclavos de bucles no es un grupo para cualquiera, si no que está orientado a informar de las más recientes investigaciones y divulgar toda la información disponible a aquellas personas que entraron en un bucle, de los que, como cualquiera de nosotros sabe, solo puede salirse después de las doce, hasta el momento exacto en que se va a dormir; esta maldición, dolencia, o como quieran llamarla, solo afecta a una de treinta mil personas, aproximadamente, y de momento no posee cura ni tratamiento paliativo. Se considera menester que cada miembro del grupo participe contando su caso particular, pues, aunque parezca algo trivial, podría llegar a ser crucial para el progreso de nuestros estudios.

La última publicación, de un tal “Acatom”, rezaba de la siguiente manera:

¿Qué cosa hay que un esclavo de bucle pueda saber a ciencia cierta? ¿Acaso somos lo que parecemos, seres humanos, como todos los demás, o somos algo distinto? ¿Seremos acaso criaturas de otras dimensiones, o consciencias fallidas, o qué? La lógica se escapa de nosotros cualquiera que sea lo que queramos analizar, mas no nos daremos por vencidos. He aquí un compendio de muchos de los descubrimientos y teorías hechos por los miembros del grupo, que podrían ser reveladores para un no conocedor:
1_Las obras artísticas pueden modificar, aunque sea ligeramente, nuestros bucles. Después de las doce podemos escribir libros, pintar cuadros  o incluso juntarnos y filmar películas que después pueden ser vistas por los diversos personajes de nuestros bucles, modificando levemente sus comportamientos y, a diferencia de otras cosas, PERDURAN EN EL TIEMPO.
2_El sexo también puede cambiar un poco la forma en que tanto los personajes de nuestros bucles como NOSOTROS MISMOS nos comportamos, especialmente cuando hablamos de las perversiones.
3_Si bien todos los miembros de este grupo compartimos la maldición de ser esclavos de bucles, en realidad TODOS los bucles son distintos, y no solo eso: cada repetición suele resultar ser, aunque sea en detalles, algo diferente a las otras. En algunos miembros, la fecha del bucle cambia, en otros, el color del pelo o la estatura de determinado personaje, en algunos una vez está nublado y otras despejado, e incluso puede llover y estar soleado. Lo que menos variaciones sufre es, sin excepciones testimoniadas, la naturaleza de los SUCESOS vividos en el bucle.
4_Aún cuando después de las DOCE seamos libres, se sospecha que hay ciertas acciones que podemos hacer entonces que pueden ocasionar el surgimiento de otros bucles, esta vez de unos nocturnos. Guardar especial cuidado con la consumición de drogas, el porno, los videojuegos, la expectación de deportes o de videos de animales en internet. Algunos creen que todo puede hacerlo, que el origen de los bucles se halla en la repetición y que todo lo que hagamos la supone: para seguir viviendo debemos respirar, algo que se hace siempre igual, lo mismo que mover los brazos para arriba o para abajo, o girar la cabeza o caminar, para tocar la guitarra nuestros dedos deben seguir patrones, etcétera, etcétera.
5_Si asesinamos después de las DOCE las personas asesinadas revivirán después del bucle. Si robamos después de las DOCE los objetos robados reaparecerán en el sitio de donde los sacamos. Aunque después de las DOCE nos vayamos al campo, o a otra ciudad, o incluso aunque tomemos un avión y acabemos en otro continente, SIEMPRE nos despertaremos en la misma cama, en la misma habitación de la misma casa, y todo se repetirá como de costumbre.

La anterior publicación, de una tal “Gerónima” era más bien un mensaje desgarrado de locura y miedo:

Quiero suicidarme, realmente quiero suicidarme, es todo lo que puedo pensar después de las doce, es todo lo que puedo escribir. No lo aguanto más, suicidio ya, ánimo, mí mismo, sé fuerte. ¿En la muerte no todo es así de repetitivo, no?

La publicación no tenía comentarios. Madart tragó saliva, entre aterrado y conmovido. Gerónima parecía joven y hermosa. En su foto de perfil –la única foto que podía verse de ella sin tenerla de amiga- sus ojos parecían verdes, simpáticos, risueños, y sus cabellos rubios eran enrulados y largos, y le caían justo a los costados de los ojos; sus labios eran finos y estaban curvados en una media sonrisa, sarcástica quizás: Madart no pudo llegar a ninguna conclusión sobre su gesto, aunque se le pasó por la mente que era triste, que era resignado, que era amigable y que era hostil. Soltera –al menos según aquella red social-, de 21 años… Nada más se decía de ella. Madart apretó el botón de “Agregar a amigos”, sin muchas esperanzas. Luego volvió a abrir la pestaña del grupo y leyó la anterior publicación, de un tal “Feshoram” que era la siguiente:

¿Desean hacer una juntada? Estoy ansioso de conocer a gente como yo. Quizás, aunque nuestros males no tengan remedio, podamos consolarnos los unos a los otros.

Madart leyó con una sonrisa la cantidad de comentarios de la publicación. Eran muchos.

5_La reunión

Después de despertarse por milésima vez Madart, por primera vez desde que era esclavo de un bucle no se sintió ni tan horrorizado ni tan sorprendido. Conocer a personas con su misma condición era algo QUE NUNCA LE HABÍA SUCEDIDO, y ese era un alivio en TODO sentido, a pesar de que la noción era algo tan ajeno a él que se le hacía muy difícil de imaginar. Además, había razones objetivas para creer que aquello podía ser beneficioso: seguramente los demás tendrían algún método para, aunque sea, hacer los bucles más soportables. Y, quien sabe, quizás aquella Gerónima se presentara y podría cortejarla, a ella o a alguna que otra fémina que lo hiciera. Su condición no lo había transformado en una persona asexuada ni mucho menos.
Así que enga, a levantarse. Las calles se le hicieron inusualmente extrañas a Madart mientras caminaba, y aquello no pudo más que gustarle. La luna resplandecía bien blanca en la noche, y el viento susurraba en sus tobillos como una canción de cuna; su corazón latía siempre igual, pero había algo en él que lo hacía sonar distinto también. 
La reunión se celebraría en una casa abandonada, el hogar de uno de los esclavos de bucle. Aquella resultó ser de una fachada rústica en exceso: varias frases crípticas escritas con aerosol y con faltas de ortografía decoraban su superficie; no tenía ninguna capa de pintura reciente, por lo que se podía notar la argamasa que unía cada ladrillo, la puerta era de una madera vieja y desgajada y las ventanas eran apenas agujeros tapiados.
-Ey, tú debes ser Madart –le dijo una persona con una sonrisa apenas entró-. Bienvenido, amigo.
Había unas diez personas en la habitación, y Gerónima era, al parecer, la única mujer. Todos tenían los semblantes abatidos y alguna botella de alcohol en la mano.
-Hola –saludó tímidamente Madart.
Todos respondieron a su saludo y se quedaron después en silencio. Ninguno de ellos parecía demasiado extrovertido, ninguno parecía un macho alfa.
-¿Quieres cerveza o vino? –le preguntó alguien.
-Vino, por favor. Lo necesito –y el vino llegó a Madart.
Pronto comenzaron a discutir sobre ciencia, pues había varios doctos entre los que allí había, y Madart no entendía nada de lo que se decía ni tampoco le interesaba demasiado, en verdad. Para él, la única persona que estaba allí era Gerónima, pero era demasiado sagrada como para acercarse a ella un ser tan impuro como él. Era más hermosa en la vida real, eso era seguro. Qué ojos más contemplativos, más oceánicos, qué iris más misteriosos y envolventes. Qué labios más resplandecientes, más flexibles, más rosas, más curvos. Qué nariz más graciosa. Y no hablemos de sus atributos corporales.
A Madart no se le ocurría que pudiera acercarse a ella sin estar arrodillado mirando al suelo. Pero sabía que aquello sería peor que no hacer nada. Y no podría no hacer nada. Volver así… sería terrible. Acercarse a ella, terrible. Frente a ella se sentía inferior, avergonzado por sus deformidades físicas y mentales y por ello terrible también. Por eso Madart tomó más vino que el que jamás había tomado y por ello se sentía aún más terrible, aún más avergonzado de sí mismo, aún más inferior, pero esto no podía afectarlo, o lo afectaba de otra forma entonces, por lo que pudo acercarse a ella.
-Hola –le dijo.
Gerónima lo miró con los ojos bien abiertos, en una mezcla de sorpresa y espanto.
-¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?
-Solo quería hablar… -contestó Madart.
-Ah… tú eres el que estaba tomando un vino en aquella esquina.
-Sí. No encontré otra forma de hablarte.
-Me das asco –la expresión de Gerónima se tornó en una expresión de verdadero asco-. Siempre pasa igual. Nadie puede acercarse a mí sin tomar. Nadie puede acercarse a mí con verdadera valentía, con innumerables recursos linguisticos realmente imaginativos a punto de salir por la boca. Eres igual que todos. Vete.
-Pero… Soy una buena persona.
-¿Eso qué me importa? Todos son buenos, todos son gentiles, todos se comprometen. Pero ninguno es realmente inteligente, ninguno es realmente imaginativo. Vete.
-Yo sí.
-¿“Yo sí”? –Gerónima soltó una risotada de frustración-. ¿Ese es en verdad todo el arsenal con que cuentas? Así siquiera podrías astillar los sólidos muros que erigí en torno a mí. Me recuerdas a varios personajes de mi bucle… Vete.
-Por favor… créeme. Te necesito.
-¡He dicho que no! –Gerónima escupió a Madart en la frente y el alma de Madart cayó a sus pies-. ¡Déjame en paz, maldito idiota!
-¡Apártate de ella, muchacho! –rugió al instante la persona que más cerca se encontraba-. ¡Esto se trata de compartir nuestros dolores, de abrir nuestros corazones, no es una discoteca!
-Si le sigues hablando, te daré una paliza –dijo otro que estaba cerca.
En la mirada de sendos sujetos se notaba una líbido muy mal disimulada hacia Gerónima.
-Está bien –dijo Madart-. Me iré de aquí.
Entonces Madart, desconsolado, volvió a su casa, a su habitación, y antes de dormirse se dio cuenta de que en realidad nunca le había importado conocer a ninguno de los hombres en aquella reunión, solo a Gerónima. Pues había creído, en el fondo, que solo una mujer podría transformar su situación.

6_La primera prostituta

Otra vez todo igual, como siempre. Ni hace falta decirlo. Entonces Madart sí fue atosigado por su usual sorpresa y repulsión, despertado otra vez como de un sueño nefasto y tuvo que contener sus ganas de gritar. Quiso dormir entonces, porque cuando dormía también era libre del bucle, también podía su mente dirigirse a cualquier parte, no había ningún camino trazado en sus sueños.
Pero no. Esta vez tenía un plan distinto a todos los que recordaba haber tenido. Si las mujeres no accederían a estar con él por sus encantos, entonces lo harían por su dinero. Así que le robó dinero a sus padres por milésima vez y salió a la calle por milésima vez.
Después de caminar media hora llegó a su destino. Una negra africana de entre veinte y treinta años, de pelo lacio, labios gruesos, ojos saltones, que sabía contonear su cintura como ninguna, estaba ofreciendo sus servicios allí.
-¿Quieres venir conmigo? –le ofreció Madart-. Tengo dinero.
-Por supuesto –contestó la negra con una gran sonrisa marcada en sus suaves labios.
Aquella vez Madart no pudo emborracharse, pero folló, cosa que nunca hasta entonces había hecho, y fue muy grato para él, aunque también muy triste. Mientras metía y sacaba su pene de la vagina de aquella desconocida, Madart no podía evitar preguntarse por qué hacía todo eso, qué sentido tenía, para qué moverse, pero también sabía que podía preguntarse eso sobre cualquier otra cosa. Hubo placer al final: un placer extraño, distinto, pero también tétrico, real. Madart sintió que una vez acabado aquello podía resumir a aquella persona en una oración: sintió que ella no era más que esas pocas palabras, y esas pocas palabras acabaron siendo plasmadas en su primera obra literaria.


7_Las otras prostitutas, los cambios y su obra.

De aquí en adelante no se contarán los sucesos de Madart día tras día, pues aquello resultaría innecesario o quizás incluso perjudicial.
Madart, noche tras noche, siguió frecuentando diferentes prostitutas, y a todas ellas las pudo resumir en oraciones, y su obra fue haciéndose más extensa día tras día, poco a poco. Lamentaba, por supuesto, no poder emborracharse, y mezclado a este placer había una gran tristeza, pero su obra le daba ánimos para seguir, por alguna razón.
Después de varios meses su obra ya tenía un capítulo.
Después de acabado ese capítulo Madart comenzó a notar un cambio en la naturaleza de su bucle. Sus compañeros ya no hacían burlas, si no que se mantenían serios en todo momento, y a veces incluso hablaban con una profundidad insólita. Ya no dibujaba en su pupitre: ahora escribía. Ya no miraba televisión al volver de la escuela: ahora entraba a las redes sociales y mantenía contacto con otras personas.
El cambio primero le dio miedo. Pero pronto sintió placer ante el cambio. Placer que después se convirtió en el mismo hastío de siempre.
Después de otros meses su obra ya tenía dos capítulos.
Su escuela cambió por otra y sus compañeros por otros totalmente distintos. Ahora estaba saliendo con una gorda horrible, follaba con ella a menudo y salían. No le gustaba, en realidad, pero no se sentía inferior a ella y se sentía libre de decir lo que quisiera, y de esa forma lograba distraerse. También dejó las redes sociales: ahora jugaba al FIFA en la playstation, o al God of war 2, o al Devil may cry 3.
El cambio primero le dio miedo. Pero pronto sintió placer ante el cambio. Placer que después se convirtió en el mismo hastío de siempre.
Después de otros meses su obra ya tenía tres capítulos.
Se le salió un diente, entonces, y siguió sin tenerlo aún después de las doce. La escuela se trocó en trabajo. Miles de platos tuvo que limpiar, miles de pisos que barrer, miles de espejos tuvo que fregar, miles de órdenes tuvo que obedecer, y ya no tenía tiempo para nada más. Después de las doce ya no le robaba dinero a sus padres para follarse a las prostitutas, pues vivía solo y contaba con algo.  
El cambio primero le dio miedo. Pero pronto sintió placer ante el cambio. Placer que después se convirtió en el mismo hastío de siempre.
Después de otros meses su obra ya tenía tres capítulos.
Comenzó a perder pelo y a aumentar de peso. Miles de patatas tuvo que cortar y coser, miles de bifes tuvo que meter en el horno, miles de platos tuvo que servir. Y ahora en vez de haber una gorda había una mujer con los ojos desorbitados y una nariz de proporciones bíblicas.
El cambio primero le dio miedo. Pero pronto sintió placer ante el cambio. Placer que después se convirtió en el mismo hastío de siempre.
Después de algunos años su historia estuvo terminada.
Madart acabó siendo consciente, aún en el propio bucle, de que solo podía transformarse el mismo, mas no terminar. Sabía que si se suicidaba dentro del mismo la cosa no tendría vuelta atrás. Así que Madart decidió ponerle un título a su obra antes de pegarse un tiro en la sien, y estaba seguro de cuál sería: El bucle.