Había una vez un hombre que no sabía cómo cagar. Todos a su alrededor cagaban con suma gracia;
ora soretes del tamaño de pequeños perros, ora diminutos bollitos como pelotas
de golf, ora en forma de líquido marronáceo. Esta persona había sido
discriminada desde que tenía noción del mundo debido a esta dolencia. ¿Adónde
iban a parar sus desechos fecales? Nadie lo sabía.
Una vez, este hombre miró por la ventana de su casa y vio una paloma
volar suavemente sobre una colina una mañana ligeramente cálida. Sus ojos
centellearon ante una felicidad renovadora, que aludía a otras alegrías antes
sentidas pero que tenía algo nuevo que la hacía más intensa. Salió entonces de
su cabaña de madera y contempló la grácil pradera que se extendía ante él. Un
arroyo manaba desde un rincón lejano del horizonte, y su murmullo llegaba
dulcemente a sus oídos.
-¡Oye, Carlos! –se escuchó.
-¡Ey, enrique! –le contestó- ¿Cómo te encuentras?
-Bien, bien, ¿y tú? Hermosa mañana, en verdad.
-Sí. Creo que si tuviera la capacidad de cagar sería el hombre más feliz
del mundo, sólo por estar viviéndola.
-Bueno, nunca te des por vencido… así como tu enfermedad tiene un origen
inexplicable, quizás tenga una cura igualmente inexplicable. Además, cagar no
es todo en la vida.
-Es cierto, es cierto… ¡gracias por tus palabras, Enrique! ¡Nos vemos!
-¡Nos vemos!
Carlos caminó por el sendero que llevaba hacia la colina. El pájaro quizás
fue una señal de Dios… quizás, le daría una respuesta…
Muchos obstáculos tuvo este hombre que atravesar, debió combatir con
horribles orcos de largos colmillos y fiera mirada, portadores de grandes y
filosas cimitarras; también tuvo que atravesar charcos de lodo infestados de
tal manera que su simple contacto podía derretir al que los tocase, y su solo
olor adormecía a quien los oliese; también pasó por el bosque de la muerte y el
desierto de los destinos inciertos, siguiendo el camino trazado por aquel pájaro…
Pero finalmente, llegó a una cueva misteriosa y mágica, que era el lugar donde
anidaba esta ave. Una vez allí. se escuchó un ruidoso pedo, el rostro de Carlos
primero se contrajo, pero después sonrió con fuerza. Finalmente había cagado.
Moraleja: sigue las señales de Dios, y lucha por tu cuenta, pero bajo su
guía, para combatir tus males. La providencia oye y mira todo, y puede
recompensarte grandemente
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