sábado, 29 de diciembre de 2018

El dios de la masturbación


El dios de la masturbación


Parte 1

Estaba Peter Medina solo en su habitación, aburrido tomando una cerveza. Ya se había hecho cuantas pajas pueden soportar los testículos humanos y no sabía qué hacer. Entonces apareció Venus, la inveterada deidad grecorromana, y le preguntó si no estaba cansado de pajearse infatigablemente, pues le constaba que realizaba aquella indecorosa acción con más frecuencia en un solo día de la que un atleta podría respirar en cinco minutos después de largas horas de entrenamiento. Peter Medina repuso con desdén que tomaría en consideración sus sabios consejos si pudiera, pero era feo como un murciélago y tonto como un asno. Por algo usaba una máscara y un sombrero. Así y todo, Venus tocó con su varilla mágica la frente del joven y recitó estas palabras: "patatim patapam" bueno, ese hechizo o como sea. Y Peter a partir de ese momento fue esclavo de la diosa. Por lo tanto, salió de su hedionda cueva a rendirle justo culto a su nueva adalid.
 Caminando por las duras calles de asfalto por la noche, Peter preguntaba, dando verdaderas muestras de su sobrehumano ingenio, a las doncellas que pasaban: "¿desea que saboree, dichoso, su majestuoso clítoris?", o hacía comentarios de similar ralea como: "si está fastidiada de caminar, puede sentarse sobre mi imponente pene". Pero como era evidente, ni caso le hacían las féminas que se cruzaba.
Por eso se le apareció Venus nuevamente, tapándose avergonzada la cara, y le explicó con la mayor paciencia que tuvo que antes de lanzarse desesperadamente al coito, cual ermitaño que salta desesperadamente sobre una pileta colmada de agua, comida y las mejores delicias que pudieran imaginarse, contrariando los deseos de Dios, debía cortejar a las hembras. A ese fin, convocó a su hijo Cupido, y le habló de la siguiente forma: "este es mi nuevo vasallo y debe aprender a amar, porque solo de esa forma podrá ser un digno servidor. Clávale cuantas flechas tengas en su corazón, que quizás así aunque sea alguna de las q se vaya a enamorar le dé cabida".

Parte 2

Peter salió, pues, la próxima noche, y solitario y tembloroso se acercó a una serie de mujerzuelas que caminaban en minifaldas, agitando grácilmente sus carteras de cuero. Con el corazón al galope, nuestro torpe mozalbete contempló anonadado a una de aquellas chicas y, radiante de admiración, exclamó: "¡oh, bella escultura del Señor! Mil veces declamaría sobre tu hermosura, pero tu mirada me tiene paralizado y no me permite más que balbucear torpemente estas palabras. Solo deseo, brillante tortolita, que formemos juntos un nido y volemos juntos por los infinitos senderos del aire. Hablando metafóricamente, claro, puesto que junto a ti siempre sentiría como si estuviera volando".
 Aquella señorita, mirándolo extrañada, no se le ocurrió otra cosa que decir lo que siempre decía a cuantos hombres transitaban por aquella acera: "Bucal, cincuenta pesos".
Peter, sin hacer caso, siguió su discurso de la siguiente manera: “¡oh ninfa preciosa, cuan alborozado me deja el ánimo el que hayas podido escapar ilesa del mar del que viniste, para llegar a mis brazos…!".
 A lo que las mujeres reaccionaron mirándose asustadas y escapando al grito de "¡Está loco, vámonos de aquí!"
Peter, desconsolado ante el rechazo de su amada, se sumió en una larga y profunda depresión que duró meses enteros...

Parte 3

 Peter, disgustado y abatido, no quiso salir más de su casa, por miedo a que rompieran su corazón otra vez. Por lo tanto, volvió a su rutina de pajas y cerveza; el dios Baco, su anterior maestro, lo recibió nuevamente con un abrazo fraternal, que dejaba patente un aprecio de tal magnitud que rivalizaría con cualquier potenciación que se le pudiera ocurrir a los mejores matemáticos.
 Pero Venus no planeaba rendirse tan fácilmente, y le dijo al dios Baco: "ya sé que hasta ahora has demostrado tener razón sobre tu discípulo; es tan inútil que solo puede ser digno de arrodillarse ante tu imagen. Así y todo, pienso que incluso él podría gozar aunque sea una vez de los placenteros rituales que organizo. Pero tendrás que darme unos años más, pues será más difícil de lo planeado".
 Baco respondió con una sonrisa de satisfacción: "de acuerdo, te lo prestaré un tiempo más. Pero si no llegas a conseguirlo, prométeme que me pasarás una foto de tus bubis"
"Y si lo consigo tú te pasearas por el Olimpo llorando y gimiendo porque aquellos enormes cuernos de tu cabeza no los tienes de adorno. Ariadna seguramente se sentirá muy disgustada", repuso Venus.
A lo que Baco accedió, confiado de sí mismo.
En fin. Como decía, Peter no quería salir de su casa, y por más que Venus aguijoneara incesantemente su espíritu, no deseaba volver a involucrarse con nada que guardara una mínima relación con lo sexual. Allí, en su casa, creía estar a resguardo de aquel odioso sentimiento, pero se equivocaba rotundamente. Navegando hastiado por el interminable océano de información llamado internet, Peter se encontró con el perfil de una bella dama. Cupido, feliz de tener la más mínima oportunidad de demostrar sus habilidades con el arco, traspasó una vez más el corazón del pobre muchacho. Por lo que se vio impulsado a entrar en contacto con aquella desconocida. Largo tiempo, meses enteros, estuvo el joven Peter tratando de ganarse el corazón de esta nueva amada, y, lo que era sumamente extraño, esta parecía corresponder todos sus deseos. El hecho de que siempre subiera las mismas fotos, que no etiquetara a ninguna persona en ellas y que un día afirmara que venía de Irlanda, otro que de Islandia, o Hungría o Kazajistán, no causaba la menor sospecha en él, puesto que el amor viene acompañado de la fe ciega, como bien se decía. Un día, su veneradísima adorada le informó entusiasmada que pasaría por una ciudad relativamente cercana a la que el joven Peter habitaba, por lo que sería la ocasión perfecta para conocerse. Éste, lleno de gozo, consiguió el tiempo y el dinero necesario para el viaje y se lanzó a tan funesta empresa sin la menor idea de lo que sucedería...
 Al primer día, ella dijo: "oh lo siento amor mío, pero hoy mis padres no me dejan salir", al segundo, "perdóname, hermoso caballero, pero tengo amigos acá a los que prometí visitar. Podrás cabalgar a esta yegua en otra ocasión".
Al volver a su ciudad, Peter estaba destrozado. Desconsolado, le preguntó entonces las verdaderas razones para haber actuado de esa forma, pues hasta un tonto como él le comenzó a ver algo raro a aquello. A lo que la chica, confiando de su amor ciego, le confesó tristemente que no había tenido el valor de presentarse ante él porque no era quien decía ser, y le pasó fotos reales suyas. Peter observó espantado lo que antes creía q era una mujer: luengos bigotes salían por debajo de su nariz y una peluca verde coronaba su cabeza.
Ya incapaz de seguir amando a una criatura como aquella, Peter se sumió en otra larga y profunda depresión que también duro meses enteros...

Parte 4

Baco estaba más alegre que nunca a la vista de los patéticos resultados de los intentos de Venus y, más benévolo que nunca con Peter, lo consolaba con suculentas jarras de espumeante cerveza. De todas formas, aun no había sucedido el tiempo pactado por la apuesta, por lo que Venus estaba determinada a seguirlo intentando al menos hasta que este finalizara, a pesar de que ya no estaba tan esperanzada acerca de su empresa.
 Peter seguía debido a su pesimismo y timidez incapaz de departir con desconocidas por la calle, por lo que el único medio que le quedaba a Cupido para cautivarlo, a pesar de su comprobada ineficacia, era internet. Así que, ¡enga! ¡A seguir insuflando el deseo en el infeliz, a su pesar!
 Como resultado de sus incesantes búsquedas, Peter conoció virtualmente a una chica con la que congenió inmediatamente, y creía que poseía cualidades semejantes a las suyas. Afortunadamente ella no vivía tan lejos, y por algún milagro del destino consintió en salir con él a los dos días. Toda una tarde pasearon y hablaron por hermosos parques y bosques, y tan conforme parecía él con ella como ella con él. A la noche, después de haber tomado ambos unas cuantas botellas de licor, se despidieron con un beso y prometieron verse nuevamente. Lo cual sucedió no mucho después. Aquella salida resultó tan buena como la anterior, y a la noche ella expresó con lasciva mirada su deseo de que fueran a su casa.
La diosa Venus estaba exultante y se jactaba de sus logros ante Baco, pero él refunfuñaba en las sombras y meditaba solapadamente los planes que estaba concibiendo para frustrar los designios de su contrincante. Así pues, introdujo en el joven Peter irresistibles ganas de beber, por lo que antes de que fueran a su casa insistió en comprar cuantas botellas de licor permitiera su dinero adquirir. Cuando llegaron a su casa, Peter no tardó en manifestar su cansancio, pero a pesar de todo, Venus seguía ejerciendo su influencia sobre él, así que trató de ponerse en acción. Moviéndose perezosamente por la cama, comenzó a lamer a su flamante amante y a prodigarle todo género de caricias, a los que ella ponía energías en devolver. Entonces el joven se desnudó y trató de hacer uso de su virilidad, pero… su pene estaba flácido como el brazo de un niño muerto y al moverse giraba como un molinete. Completamente inconsciente de sus palabras, le preguntó a su amante si le placía la goma de mascar, pues él tenía una para que mascara. Acto seguido, se levantó de la cama para ponerse a vomitar. A la mañana siguiente, la chica ya no se mostraba dispuesta a recibir sus besos, y al preguntarle la razón, ella confesó que en realidad era lesbiana. Llorando desconsoladamente, Peter trató de reconquistar su corazón, pero fue inútil. Por lo que se sumió en una depresión aún más larga y profunda que las anteriores…



Parte 5

Venus estaba enfadada, pues sospechaba muy justamente que Baco había hecho trampa. Aun así, no podía hacer nada sobre eso, ya que no tenía pruebas fehacientes al respecto. De todas formas, logró concebir un muy astuto plan, uno que, creía, Baco sería completamente incapaz de frustrar, por más aviesas que fueran sus ardides...
 Peter había tomado sus buenas dosis de cerveza y se predisponía a dormir. Pero entonces escuchó los gritos y los gemidos. Su hermano lo estaba haciendo con su novia, y eran tan intensos los placeres provocados, que esta no podía evitar arrojar alaridos que hacían sacudir las paredes y el techo de su habitación.
Incapaz de seguir soportándolo, decidió que debía escapar de allí. Así que no le quedó otra opción que ir a un bar. El bar más cercano que había estaba a unas veinte cuadras; era un bar de mala muerte, plagado de ratas apestosas, drogadictos y pendencieros. Su madre, el cura de la parroquia del barrio o cualquier anciana de cualquier nacionalidad o condición le hubieran advertido contra él, pero Peter se cagaba en todo.
Cuando estuvo parado frente a la barra, el bartender, un joven de tosca catadura que solo realizaba bruscos movimientos, le sirvió con el ceño fruncido aquella celestial bebida amarillenta. Y la dicha se hizo en el corazón de Peter…
Luego se apareció un animal horrendo ante él: era tan gordo que su papada parecía una segunda cabeza por debajo de la otra y las marcas de su cuerpo evidenciaban su avanzada edad. ¡Pero era una mujer que le empezó a frotar suave y tiernamente el bulto, y Venus estaba incentivando la llama de la pasión en Peter!
"Bien jugado”, aplaudió Baco. “Todavía no entiendo cómo pudiste provocar esto".
"Es simple”, respondió Venus. “Sabía que, sensible al bullicio como es, no soportaría aquellos clamores nocturnos. De forma que se vería impulsado a salir. ¿A dónde si no a tomar cerveza? Y, siendo perezoso como es, no podría haber llegado más lejos. Este lugar es frecuentado por toda jaeza de borrachas empedernidas, tan lujuriosas como cualquier mancebo. Aquí, ni siquiera será menester usar los poderes de mi hijo Cupido".
Mucho y muy bien se besaron hasta que aquella mujer le preguntó a Peter si deseaba acompañarla a su casa, a lo que este respondió entusiasmado que sí. Por lo que salieron del bar y comenzaron a caminar. Las calles por las que Peter era guiado no eran muy seguras que digamos, y a Peter le dio un mal presentimiento.
"¿Podrías pasarme tu número?”, preguntó la mujer. “No quiero perder el contacto contigo después de esto".
 Peter sacó su teléfono.
"¡Qué bello teléfono! ¿De qué marca es?”, preguntó la mujer, “¿Podrías pasármelo para que lo mire?".
 Peter se negó, porque a pesar de su borrachera y estolidez, comenzó a desconfiar seriamente de las buenas intenciones de la mujer. Tanto su forma de hablar como su vestimenta hacían pensar que no se trataba de una persona decente en lo absoluto. Justo entonces, la mujer lanzó un chiflido y cinco hombres, igualmente vestidos de rufianes, se acercaron desde una esquina.
"Lo siento, querido. Pero necesitamos tu dinero y tus pertenencias", le dijo.
 Peter, triste y abatido, tuvo que volver a su casa sin dinero y sin cerveza, y esa noche no pudo dormir nada.

 Parte 6

 Peter estaba demasiado afligido como para seguir soportando su esclavitud, así que, con el corazón cargado de odio, llamó a su diosa. "¡Venus, maldita zorra, aparece de una buena vez! A ver si tienes huevos de hacerme frente"
 Venus emergió de las sombras y furiosa contestó: "Yo sólo estoy tratando de mejorar tu vida, hacerte un poco más feliz. Porque con Baco no lo eres. Así que no merezco que me trates de esa forma. Pero te perdono: entiendo que estés enojado; y, como diosa que soy, he tenido que soportar peores insultos a los tuyos".
 "Es inútil que lo sigas intentando. Sólo me estás haciendo peor. He tomado una decisión: a partir de ahora, seré célibe. Adoraré a la diosa diana, la de flexibles arcos y largas trenzas, sólo para escarnio tuyo".
 "Estás hablando con una diosa, ¿realmente piensas que tienes libertad de acción? No importa lo que hagas, yo nunca te abandonaré".
"Ya veremos".
 Así que Peter, como nadie creía ya en la comprobada existencia de la diosa de la caza y la casta virginidad, tuvo que hacerse monje. Venus estaba rabiosa, y pensaba: "Ya verás, Peter Medina. Nadie se burla de Venus". Peter se recluyó en el sitio más alejado y recóndito de la tierra y predicaba la palabra de un dios en el que no creía, y mientras se masturbaba en soledad, miraba su mano y se decía "Tú eres en realidad mi única diosa. Sólo a ti te necesito". Él tomaba vino a todas horas, y cuando le preguntaban por qué, replicaba: "Jesús tomaba vino, ¿no es así? Entonces no estará mal que lo haga yo". Luego, por las noches, salía a cazar y a mirar la luna, y pensaba: "oh Diana! ¿por qué no te apareces ante mí y me das fuerzas contra Venus?" Pero Diana no aparecía, puesto que Peter era demasiado impuro para ella. Mas luego, escupiendo, se decía: "Yo no la necesito. Mi mano lo es todo".
 Se estaba comenzando a acabar el tiempo de la apuesta y Venus estaba desesperada, ya que por más hembras que se  aproximaran a Peter, ella, aún poniendo todo su esfuerzo en hacer que se tentara, no lograba provocarlo.
 "Realmente me apena que fracases de esta forma”, dijo Baco. “Por lo tanto, voy a permitir que influyas también en las mujeres que se le acerquen, de forma tal que no deseen otra cosa que yacer junto a él".
Así que comenzaron a llegar las mujeres de a enormes oleadas. Nunca hubo un convento más frecuentado por hermosas damiselas, y todas ellas se le insinuaban muy explícitamente en público y se le confesaban en privado. Pero Peter siempre respondía lo mismo: "No me interesa. Mi única diosa es mi mano". Y cuando se iban, se masturbaba en solitario. Millones de veces se le confesaron entonces, y otras tantas veces tuvo que masturbarse para olvidarlas
. Entonces se acabó el tiempo pactado por la apuesta. Venus, acongojada, tuvo que pasarle una foto de sus bubis a Baco, que éste mostró a todos dioses del Olimpo, jactándose de su triunfo. Mas Venus no sólo se sentía entristecida por eso. Después de tantas aventuras junto a Peter, le había comenzado a coger cariño. Y ahora se sentía humillada y vencida por él, y su humillación era mucho mayor que la que sentía por haber perdido su apuesta con Baco
"Ningún mortal jamás se había atrevido a tanto”, le dijo apareciendo de repente en la noche. “Ni nunca había logrado nadie soportar mis influjos con tanta eficacia. Realmente admiro tu tesón y tu audacia..."
 "Vete de aquí", la interrumpió Peter, "No quiero volver a verte".
Venus estaba desconcertada, y por alguna razón la posibilidad de no volver a ver a Peter la trastornaba hasta lo indecible.
 "Por favor, perdóname. No creí que te haría sufrir de esta manera".
 "Ya está. La cosa no tiene solución".
Una lágrima salió de los ojos de Venus.
 "Creo que te amo, Peter Medina...” confesó azorada después de un silencio. “No tengo idea de por qué… ¡Ay, desdichada de mí!".
"Creo que yo igual", contestó Peter, llorando ahora también él. Después de otro silencio, agregó: "¿Pero qué pensaría Marte de todo esto?".
 "Marte jamás se enterará".
Luego de hacer el amor  toda la noche, mientras compartían un cigarrillo en la cama, Venus dijo: "Quiero convertirte en un dios del Olimpo, para que siempre puedas yacer junto a mí".
 Peter, sin caber en sí de gozo, sonrió y le dio un tierno y apasionado beso. "Nada sería mejor para mí que eso", fue su respuesta.
Y así fue como Peter se transformó en el nuevo dios de la masturbación, y fue feliz para siempre. THE END

miércoles, 28 de febrero de 2018

El zoótropo


Todo estaba oscuro, como siempre. Me había levantado hace mucho… o hace poco, no lo recordaba –y creo que no importaba demasiado. Quizás siempre había estado allí.
Podía ver negro a través de las ventanas, un negro densísimo que iba de un punto infinito de arriba a otro punto infinito de abajo, y que también se hundía infinitamente.
La sala en que me encontraba era enorme.
Recuerdo ver la pálida piel de mis brazos iluminada por el fuego de innumerables velas que se alzaban muy por encima mío, debajo de un techo cuya naturaleza no podía discernir bien: puede que hayan sido como nubes grises que giraban lentamente y en círculos.
A mi alrededor, parecía haber entes como yo, repetidos interminablemente, cada uno sumido en algún aspecto distinto de esa sala, de esas velas, de sus propios brazos o la oscuridad tras las ventanas. Ahora que me fijaba en ellos, todo adquiría un matiz diferente; al menos, pensé, hasta que dejara de hacerlo.
Había también una mancha difusa que hablaba, de una silueta ligeramente humana, pero que se movía con un grado de perfección insólito. Supe inmediatamente que a ella estaba subordinado, igual que todos los demás.
-Buenos, niños queridos, ¿cómo van con su tarea? –la voz de la mancha era aguda y suave, pero de una imperiosidad angustiante.
Yo no entendí lo que dijo y miré para un lado y para otro, alternativamente.
-A ver lo tuyo –dijo la mancha. Entonces se acercó a mí y me percaté de que debía hacer algo en consecuencia. Fue en ese momento que me di cuenta de que mis dedos estaban tocando algo.
-Esta figura está bien recortada –me congratuló, tomando lo que hacía instantes sostenía-. La pared quizás debiera estar un poco más iluminada, ya que al ser domingo el sujeto debería, luego de su habitual noche de juerga, desear un poco de aire de afuera: por ende, sus persianas estarían abiertas.
-Sí, señora –balbuceé.
-Sin embargo, debo felicitarte por el desdoblamiento que conseguiste aquí. El fonema que su cerebro trata de proyectar se mezcla bien con otros. Y esa aspereza en las extremidades, esa flacidez de la lengua, esa contracción de la garganta, esa pesadez en el pecho, son sencillamente sublimes.
-Gracias, señora –respondí.
-Ahora prosigue, por favor.
Tomé entonces el paisaje previamente diseñado, coloqué a la misma persona –con los mismos brazos, las mismas piernas, la misma sensación en la boca, la misma textura en la piel y el mismo frío en el cuerpo, y cambié todo un poco de lugar y de color.
-Muy bien.
Entonces miré hacia adelante, y la mancha ya no estaba en frente mío –aunque seguía bajo su rango de visión.
Era extraño, pensé por un momento. Extraña la labor que realizaba, y aquella mancha, y aquella sala, y aquellos entes, aquellas velas y aquella oscuridad. Incluso puede que fuera un poco extraño yo mismo. Pero no se podía hacer nada al respecto.
Distraído, quizás algo cansado de la faena, miré en cierta dirección en un momento –no recuerdo cuál. EL ZOÓTROPO, estaba escrito en un pizarrón, grande, con letras mayúsculas de tiza blanca. Claro, esa era la tarea. Cuántos zoótropos estábamos haciendo, cuántos habíamos hecho ya y cuántos quedarían por hacer, si es que en algún momento dejaríamos de hacerlos, era algo que ignoraba.
Un olor nuevo de un nuevo personaje. Sus paredes son más oscuras, su piso está alfombrado y está acompañado por otro personaje. Esta vez siente una ligera calidez en el pecho, que también cree reflejada en el otro personaje. Yo traté de imaginarla mientras la moldeaba, pero sabía que me sería imposible. Tenía idea de lo que estaba haciendo, pero no podía recrearlo para mí mismo, como un ciego pintando o un sordo componiendo una sinfonía. ¿Sería yo también un zoótropo, solo que de distinta naturaleza? Seguramente nunca podría responder eso.
Otra vez me levanté.
-Señorito –dijo la voz de la mancha.
-Sí –respondí.
-No es tiempo de recreo –dijo-. Hay que esperar a que sean las tres.
Miré hacia la derecha, creo. Había un reloj de Mickey Mouse y Pluto con una aguja roja que apuntaba justo entre las dos y las tres.
-Pero esa cosa nunca se mueve –dije.
-Todo se mueve. Es como los zoótropos, hijo mío.
-Bueno –respondí, para después sentarme. Creo que me estaba empezando a incomodar. ¿Eso era lo que sentían los personajes de los zoótropos cuando se les volcaba aspereza sobre los pies?
Sentí entonces algo de enojo. Cabía la posibilidad de que estuviera siendo engañado. LA AGUJA NUNCA SE HABÍA MOVIDO y realmente deseaba ir al recreo. Debía vengarme de alguna forma.
Por tanto, moldeé los recuerdos precedentes en varias figuras, les di forma de palabras y las coloqué en un punto cualquiera de un zoótropo cualquiera bajo el título de EL ZOÓTROPO.