martes, 11 de junio de 2019

Conócete, eres todo


“Hazlo y descubrirás algo impresionante”.

Todavía se le abrían los ojos al recordar esas palabras premonitorias.

¿Quién era él realmente?

Cuán ciertas habían resultado ser.

“Los metan pieders…, ellos tienen la verdad”, le habían dicho en un foro de internet, “Ve con ellos. Hazlo y descubrirás algo impresionante”. Alguna de esas palabras por alguna razón lo habían enloquecido y había decidido partir, él, un cuarentón calvo y obeso que a duras penas podía levantarse de su cama para ir a orinar.  Y entonces al mes siguiente, aprovechando que le habían dado vacaciones, había recorrido quinientos kilómetros para encontrarlos: su auto se había averiado a mitad de camino, había gastado un cuarto de todo su dinero en arreglarlo y después había tenido que atravesar una ruta fangosa en la que casi queda atascado, pero finalmente había encontrado el último refugio de los metan pieders, Faráum. Ubicada en un bosque de pinos que lindaba con unas altísimas montañas, Faráum era apenas un conjunto de escuálidas casas de madera que se erguían torpemente entre grandes matas de arbustos por los que era molesto transitar. Allí había sido recibido por los metan pieders: personillas de escasa estatura, ojos achinados y piel tostada, que resultaron ser extremadamente afables. Luego de compartir una comida con ellos consistente de carne de cerdo, queso de cabra y algunas frutas y verduras,  durante la que no habían dejado de gastarse bromas que los hacían reaccionar de forma tal que hacían creer que no había personas más felices en el mundo que ellos, les había preguntado cómo podía conocer la verdad. Ellos se habían mirado entre sí, como si se estuvieran comunicándose telepáticamente, y después de afirmar con la cabeza lo habían llevado ante un chamán llamado Ethum Gafagag Nenta Pom Trememeth, que en su idioma significa “Él mismo número noventa y cinco cuatrillones doscientos sesenta y un mil”. La manera cadenciosa en que Ethum se dirigía a él y su mirada profunda lo habían cautivado desde el primer momento; no sabía por qué, pero todo brillaba en él cuando lo veía. Ethum le había hecho fumar en una pipa de madera una combinación de hojas con colores y formas extrañas: algunas se veían como corazones violetas, otras eran cuadradas y azules y otras eran espirales bordo: ningún árbol las tenía similares, que recordase.

Mil años habían pasado desde entonces. Y todavía veía salir el humo de su boca.

De vez en cuando, también veía los profundos ojos de Ethum.

¿Quién era él realmente?


Ahí estaba él, diez años antes, con más pelo y con menos arrugas. Casi podía decirse atractivo. Estaba en un gimnasio: veía un gran espejo ante él, donde estaba reflejado sí mismo y las pesas y máquinas que lo rodeaban. Entonces escuchó a dos personas hablar: lo mismo de siempre. Era aquel viejo canoso que tenía cara de pervertido y aquel otro de mediana edad que se creía muy espiritual por hacer clases de yoga o algo así.

—No; porque, como te estaba diciendo, el chacra entra cuando uno se encuentra en un estado de completa serenidad; y el corazón entonces siente como si hubiese entrado en trance: late desaforadamente, como por fuera de uno, y da saltos de un lado para el otro –decía el hombre de mediana edad.

—Claro, claro, muy interesante –decía el viejo—. ¿Entonces vendría a ser como un viaje astral?

—Algo por el estilo –repuso el hombre de mediana edad—. Es más bien un conjunto de sensaciones místicas que explotan repetidamente dentro de uno, causando felicidad y paz.

“Qué idiota es la gente”, pensó, “Dios mío”.

Entonces la imagen se esfumó, y ya no estaba allí, y era todavía más joven: su cabello ahora era abundante, su piel estaba exuberante de colágeno y estaba lleno de energía. Había estado pensando entonces en el capítulo del animé que estaba viendo con gran gozo, y de vez en cuando se detenía para observar lo que le rodeaba y se reía de lo torpe que era, cuando en un momento aparecieron tres compañeros del colegio suyos.

—Pero Cristiano Ronaldo metió cinco goles ayer –decía uno de ellos— ¡No sabes qué maravilloso fue ver eso!

—Bueno, Cristiano Ronaldo quizás sea bastante bueno, lo admito, pero Messi es todavía mejor –decía otro—. El Barcelona le ganó cinco a cero al Paris Saint Germain ayer, y él metió tres de ellos. ¡Tendrías que haber visto cómo esquivó a uno, a otro, cómo dio un pase espectacular que después le devolvieron, y con qué velocidad el balón se clavó en el arco en uno de ellos!
“¡Qué imbéciles que son, no puedo creerlo!”, pensó, “Ellos no saben lo que es la vida; no pueden saberlo, si no conocen a Ushurima Kotomoki Na Kasumi Botton… Sus personajes, su trama… ¡Oh, su trama! Y la animación, oh, cuán bien hecha está”.

—Mirad, es ese idiota de nuevo –dijo uno—. Vamos a molestarlo un rato, al idiota – chan.

—Yo no soy una mujer –contestó—. Así que sería idiota – kun, en todo caso.

Todos rieron desaforadamente al unísono; y parecieron disfrutarlo tanto, que hasta a él le dieron ganas de hacerlo también, aunque sabía que después lo golpearían todavía más fuerte por eso. Luego que dejaran de reírse, comenzaron efectivamente a darle puñetazos y patadas, por lo cual se arrepintió de no haber utilizado el tiempo en que habían estado distraídos riéndose en escapar.

Y la imagen cambió nuevamente. Ahora volvía a ser un joven de veinte años y estaba fumando un cigarrillo en el parque. ¡Oh, la nicotina entrando en sus pulmones, cuán bien se sentía! ¡Cuán relajado estaba entonces! El sol caía suavemente sobre él; un sol primaveral, que calentaba sin dañar, y corría un viento que acariciaba como la mano de una mujer sobre un gato. Después, la nicotina salió otra vez de sus pulmones, y mientras sentía cómo se deshinchaban, sonreía para sí mismo, pues esto era exactamente lo que había querido y planeado.  Realmente, no necesitaba más que eso. Hasta que aparecieron dos personas que se sentaron justo en la silla que tenía al lado. ¡Por qué tenían que hacerlo, si estaba tan cómodo y feliz fumando él!

—No, pero hombre, no creo que el presidente vaya a hacer algo así –decía uno—. La ONU le impondría sanciones, en ese caso: sanciones que no está en condiciones de soportar.

“¡A quién demonios le importa el presidente”, pensó.

—Pero necesariamente debe hacerlo, Tomás: llegado este punto, sería peligroso para él aumentar aún más el gasto público, y ni la ONU, ni Amnistía Internacional podrán hacer nada al respecto –le había contestado el otro—. En serio, hombre, creo que has sido adoctrinado por ese diario mentiroso que lees. ¡Deberían prohibir que mentecatos como tú puedan expresarse!

Él se estaba levantando para irse cuando todo volvió a cambiar repentinamente.

¿Quién era él?

Una luz brillaba en los ojos de Ethum, aunque en ese instante no supo identificar a esos ojos como los de él, o a esa cara como su cara, o siquiera lo que eran los ojos o las caras.

Luego otra vez hubo oscuridad y un dolor sempiterno que abarcaba absolutamente todo, que estaba en todo él. Ese calvario era como el adiós a una dulce sombra,  como una estrella brillante e intrépida tapada por una gran nube de humo, como aquello que se puede atisbar cuando se cierran los ojos y nuestros seres más amados desaparecen repentinamente de nuestro alrededor.

Hasta que el mundo volvió a cambiar.

Solo que entonces ya no era él. ¿Qué demonios estaba sucediendo? Recordó su cara, y era distinta a la que jamás había tenido: era mucho más flaca, más trigueña, sus labios eran más finos y su nariz bastante más voluminosa. En aquel momento tenía  veintidós años y estaba estudiando  en una biblioteca gigantesca colmada de los más variados libros. “Física cuántica, volumen 3”, estaba leyendo entonces, y calculaba mentalmente la distancia que tendría que recorrer un quark para atravesar el tejido espacio temporal de forma tal que las ondas gravitacionales oscilen lo bastante como para ser detectadas por un electro transfogrómeno. Era evidente que si dicha distancia superaba los cinco nanómetros, caería en la paradoja de Flankey, y si era menor, en la paradoja de Steim – Jodow, por lo cual, debía encontrar un punto medio…

—Es evidente que la praxis de Stephen Hardway es la correcta –oyó que susurraba alguien—. He hecho los cálculos y según mi hipótesis…

“¿Alguien, susurrando en este sagrado lugar?”, pensó, “No, no puede ser, es inaceptable. ¡Y para afirmar que Stephen Hardway estaba en lo correcto, además!”.

Su ceño se frunció y su rostro enrojeció, y podía escuchar su corazón latir con furia. Alzó la voz entonces, y sabía que su increpación sería terrible…

—¡No entiendo cómo tenéis las agallas para abrir vuestras sucias bocazas en este santuario del conocimiento, no sabéis lo que haré cuando…!

… Pero desapareció antes de que pudiera terminar de hablar.

Y estaba solo de vuelta, y no había nada de un lado, ni nada del otro, y supo que no habría nada ni acá ni allá por mucho que se dirigiera a una dirección u otra. Y volvió el dolor… Y esta vez fue tan tremenda como la anterior. Como un arcoíris mutado en un láser que ciega, haciendo ver lo que es real, o como las palabras más sinceras de alguien, así era. Como una persona, como sí mismo.

Y todo cambió nuevamente. Ahora contaba con senos en los pechos, entre sus dos piernas existía un espacio que antes no había y sus caderas eran más anchas. Llevaba un vestido de la edad media, bastante andrajoso, y tenía muchos callos en los pies y las manos.

¡Cuánta felicidad que sentía entonces!

Sus rodillas estaban firmemente clavadas en la tierra y ella estaba inclinada hacia una figura que la miraba con solemnidad.

—Siempre te seré fiel, Santo Padre, te lo prometo…

Al decir esto, sintió que Dios entraba en ella, y todo se colmó de gozo: sus pensamientos más siniestros, incluso, se colmaron repentinamente de color, y sonrió. Todo era tan cálido.

 —Querida esposa, puedes venir para acá y dejar de hacer el ridículo.

Oh, no. Era él de vuelta.

—Ya voy, amado mío.

Odiaba cada pequeño instante en que pensaba que se había casado con él.

—Nuestro niño…, ya sabes lo que le pasa.

Ella se levantó y lo miró. Indudablemente, el hombre ya no se parecía al que era cuando habían sido sus nupcias: en apenas seis años había perdido todo el cabello de la parte superior y a los costados le caían largos mechones canos, sus labios estaban flanqueados por dos largas arrugas y sus ojos se veían más agotados. Tenía una botella de vino en la mano y su jubón estaba plagado de manchas rojizas que seguramente habían sido creadas hacía poco debido al derramamiento accidental del líquido que ésta poseía.

—¡Estás tomando de vuelta, infeliz! –exclamó—.  ¿Acaso no sabes que eso es pecado!

—Ay, Dios mío, amor, estás siendo muy dramática… El padre Cristian también bebe, y él es la persona más santa que conozco. ¡Incluso he oído decir que el padre Cristian dona todo el dinero que se le da a los desfavorecidos!

—No sé quién será ese tal padre Cristian, pero tú debes comportarte. ¿O deseas que Dios se enoje con nosotros por culpa de tu estúpido alcoholismo y nos castigue arrebatándonos a nuestro querido retoño!

—Reitero mi palabra: estás siendo demasiado dramática. ¡Y debemos hablar con el médico de la aldea, él seguramente sepa lo que le está pasando a nuestro querido Juan!

Ella se imaginó a ese viejo insolente contando sus vasijas portadoras de sustancias extrañas, analizando “racionalmente” a su preciado hijo, es decir, oliéndolo, manoseándolo y colocándole ungüentos rancios en su tierno cuerpo mientras se metía en los bolsillos el poco oro que todavía les quedaba y se le contrajo la garganta del asco sentido.

—¡Eres un insolente! –le gritó a su marido, y éste dio un paso atrás y la miró con hostilidad. ¿Cómo no podía entenderlo…?

Después se imaginó a sí misma arrodillada junto al Señor, sintiendo cómo su espíritu se elevaba, y veía a Jesús saliendo de la cruz, tendiéndole una mano amistosa y sonriéndole, y había una luz que los rodeaba, y que rodeaba cada cosa. “Soy amor”, estaba escrito en las nubes de ese cielo, y el amor dejaba de ser una mera palabra y era absolutamente todo.

Y después imaginó a su marido de vuelta. Qué estúpido era, y qué infeliz.

Y después pasó a ser un aborigen australiano del neolítico, y después, un chino de la época de la dinastía Han, y luego, un escita. Y después, miles de personas más; hasta que dejó de ser personas, y empezó a ser animales de todo tipo: primero mamíferos, después reptiles, aves, anfibios, peces. Hasta que fue plantas, bacterias y hongos. Después, fue seres de otros planetas, de estructuras biológicas completamente diferentes, y luego seres de otros universos. Hasta que fue todas las cosas.

—¿Qué demonios soy, entonces? –le preguntó al chamán.

—Eres todo –le contestó—. Y también has sido o serás yo mismo.

—¿Soy Ricardo, un empleado bancario de cuarenta y cinco años? –preguntó.

—Sí –le contestó.

—¿Tengo un perro llamado Waldo y un hijo mocoso que mi ex mujer apenas
me deja ver una vez al mes?

—Sí, también.

Entonces recordó. Claro, él era Ricardo, maldita sea. Todo volvió a hacerse estable repentinamente, como si nada de lo anterior hubiera ocurrido. Y vio al chamán claramente: ya no estaba rodeado de una luz incandescente, ni se veía que vibrase su silueta. Era simplemente real, como había visto cada persona y objeto desde que recordaba haberlos visto como el Ricardo que efectivamente era.

—Eso sí que ha sido muy curioso –dijo Ricardo—. Todavía siento vértigo al recordarlo.

De cierta forma causaba vértigo, pues era demasiado la información que había tenido que procesar, y había algo en todo ello que le había causado un insondable vacío, pero también sentía alivio, por alguna razón.

—No te preocupes; lo sé –repuso el chamán—. Me ha sucedido exactamente lo mismo, cuando era joven y lo supe por primera vez.

—¿A qué te refieres con que “lo supe”? –preguntó Ricardo, arqueando una ceja—. ¿Acaso hay algo de real en todo esto?

—Por supuesto –dijo el chamán mientras sonreía con calma, doblando las incontables arrugas de su rostro—. Tú has sido todas esas vidas que viste, y también serás muchas más. Paulatinamente, serás todos los seres vivos que jamás existirán.  Tú eres todas las personas que has conocido y las que no conoces, y también yo mismo. Todos somos la misma persona en diferentes momentos.

—¿Cómo es eso siquiera posible? –Ricardo no salía de su asombro.

—Es muy simple –contestó Ethum—. En cuanto tu cuerpo muera, tu alma podría viajar  al pasado y ser  una persona de la Edad Moderna, del paleolítico, un hombre de Neanderthal, o incluso tu propio padre. O podría viajar al futuro y ser alguien del futuro. Y así hasta que hayas sido cada uno de los seres de todos los tiempos. Estás solo, y yo también, porque soy tú y todos los demás. Y vamos a seguir solos por el resto de la eternidad.

Ricardo se tomó algunos momentos para digerir todo eso. ¿Sería posible…? 

—Ese es un pensamiento muy extraño, en verdad. No era la respuesta a mis problemas que esperaba encontrar cuando llegué a este valle, deprimido por mis problemas económicos y los maltratos de mi anterior mujer.

Ricardo trató de sonreír al evocar estas sencillas cuestiones, pero no pudo hacerlo.

—¿Y cómo fue que empezó todo?

—Bueno, resulta que en un principio estaba Dios. Había creado innumerables cosas con la materia que había a su alrededor, se había entretenido mucho y mucho tiempo con ella, pero seguía estando solo y esto era algo que lo atormentaba día y noche (por así decirlo, claro, no había sol ni Luna entonces), y cada vez le era más difícil divertirse. Por lo cual, decidió fabricar una serie innumerable de cuerpos a lo largo de todos los universos y, como sabía que crear algo como él mismo le sería imposible,  se dijo: “voy a habitar uno solo de estos cuerpos a la vez, y mientras lo haga voy a olvidarme de toda mi existencia. Luego, por medio del viaje en el tiempo podré habitar más de uno a la vez, de tal forma que pensando que no soy el único ser consciente y sintiente de todos los universos me olvidaré que estoy solo “. Es por esto que conocer a alguien superficialmente puede hacernos tan bien: porque, así, olvidamos a veces que estamos solos. Y es también por esto que conocer a fondo a alguien nos hace tan mal: porque al ver en el fondo de los demás nos vemos a nosotros mismos, recordamos que somos lo mismo, que en realidad estamos solos y que siempre lo vamos a estar.

—Increíble –dijo Ricardo, con los ojos totalmente abiertos— ¿Y cómo fue que vosotros, los chamanes de la tribu metan pieder, habéis descubierto todo esto?

—Dios ha dispuesto que en cuatro puntos diferentes de cada planeta habitado existan pueblos conocedores de la verdad, pues, sabedor de que muy de seguro tomaría decisiones incorrectas en muchas de sus vidas, deseaba al menos compensar el sufrimiento causado por esto con la felicidad que se sentiría al vencer sobre los demás en los mundos que había creado…, lo cual indefectiblemente sucedería al conocer la verdad.

—Pero… tenía entendido que los metan pieder en algún momento fueron una nación grande y poderosa, y muchas otras les rendían pleitesía –expresó Ricardo—. Mas, ahora apenas un puñado de vosotros sobrevive.

—Así es, yo soy uno de los últimos chamanes de mi tribu, Ricardo –dijo Ethum—. Pronto, los metan pieder de la Tierra pasaremos a la historia, y la verdad quedará oculta para siempre. Aquellos que la conocieron serán los encargados de moldear a la humanidad que está por llegar de tal forma que en el futuro cometa la menor cantidad de errores posible y los metan pieder dejen de ser menester.  Así que atesora bien la sabiduría que hayas podido adquirir con nosotros.  ¿Has podido aprender algo importante después de todo lo que has experimentado?

—Sí. Que la gente suele decir que la gente es idiota, porque todos son la misma persona. Todos son idiotas porque yo lo soy.

—Así es. Por eso el concepto de Dios enseña humildad: porque la verdad que subyace todas las vidas es la misma. Y, así como no puedes ser superior a ti mismo, no puedes ser superior a los demás.

—Joder, supongo que mi ex mujer es muy idiota, al haberse tratado tan mal a sí misma. ¡Y cuán desagradable se me hace la idea de ser la misma persona que ella!

—Y tú también lo eres –el chamán tenía los ojos iluminados por una sonrisa—. ¡Porque eres ella!

—Y Hitler, Stalin, Mao Zedong… qué idiotas. ¡Se mataron y torturaron a sí mismos millones de veces!

—Efectivamente. Por eso quienes conocemos la verdad predicamos la generosidad para con el prójimo: quien le hace un mal a otro, se lo  está haciendo a sí mismo. También deberías entender ahora que no se dice en vano que quienes poseen la capacidad para saber quiénes son y la valentía para hacer uso de ello, son capaces de todo: al ser todos Dios por igual, todos somos capaces de cualquier milagro al conocer nuestra identidad y poder actuar como ella. Los más grandes filósofos, científicos, héroes  y artistas de toda la historia han tenido conocimiento de ser divinos; ya sea intuitivamente o por medio de los metan pieders o poblaciones afines, y ninguno podría haber llegado a ser lo que fue de no ser por esto.

—Joder, cómo extraño a Waldo. Creo que estoy listo para volver a mi casa y seguir con mi vida.

Ricardo se levantó con una sonrisa que le iluminaba fuertemente la faz, y en ese momento ya no se vio tan gordo ni tan calvo, aunque no se dio cuenta. Ethum se levantó también, se acercó a sí mismo y se dio un abrazo cargado del más sincero afecto.

—Muchas gracias. Me alegro de que seamos Dios.

Justo entonces, Ricardo abrió los ojos desmesuradamente. Repentinamente recordó la escena  a la perfección, tal y como si hubiese ocurrido hacía solo dos segundos: él, Ethum, sabio, prudente y feliz más allá de todo límite, abrazando a Ricardo, es decir, a sí mismo.


Ricardo hacía ya un año que se conocía a sí mismo, y era tremendamente feliz por esto. Aquel día se levantó de su cama, se cepilló los dientes muy intensamente, ordenó y limpió un poco su casa –aunque no hubiera mucho por ordenar o limpiar—, hizo algo de ejercicio –un poco de bíceps, algo de pecho y cuádriceps— y se miró al espejo. Del Ricardo de hacía un año había quedado realmente poco, si es que nada. Luego del trasplante capilar que se había hecho, el cabello le salía de la cabeza con una intensidad y una lozanía que al notarse podría causar aturdimiento, y su cuerpo estaba hinchado debido a su soberbia musculatura, razón por la cual se veía quince o incluso veinte años más joven. Al admirarse a sí mismo, sentía que todo brillaba un poco más que de costumbre –como si ya no brillara increíblemente el resto del tiempo—, y su corazón latía con un gozo todavía mayor también. Quizás si no hubiera sido un perdedor antes de conocer la verdad, ésta no le hubiese gustado en lo absoluto; al fin y al cabo, significaba que iba a estar solo por el resto de la eternidad. Pero, ¡joder!, había pasado de ser un perdedor a ser Dios; a conocer su potencial omnipotencia y su ausencia de inferioridad con respecto a los demás. ¿Podía ser que las visiones que había tenido junto a Ethum fueran falsas? No lo creía: luego de sucedido aquello, había recibido pruebas más que de sobra acerca de su veracidad: había predicho a la perfección varios accionares de muchas personas con las que había estado y que casualmente ya había sido antes; ahora podía conectarse consigo mismo de forma que nunca hubiera sospechado y cuando cerraba los ojos, se relajaba y se concentraba lo bastante podía realizar actividades que hacía más de un año hubiese considerado paranormales; como salir a volar por las noches, invisible para no llamar la atención y ser molestado en consecuencia;  como  tener super fuerza, al estilo Hulk; o como expulsar llamaradas de sus manos. La única posibilidad que había de que aquellas visiones hubieran sido falsas era que lo que le había sucedido en todo el último año hubiera sido una fantasía, y, si lo era, ¿qué importaba?

Brrbrr, sonó su teléfono. “¿Quién será?”, se preguntó, “Debe ser alguna de las chicas”. Efectivamente, tras deslizar la pantalla de su teléfono, notó que cinco de ellas, ninguna de más de treinta años, le habían escrito aquella noche: unas le preguntaban simplemente qué estaba haciendo, otra le había hecho una indirecta para que se encontraran y una lo estaba saludando. Pero había alguien más, alguien que no había esperado encontrar en su teléfono: su ex mujer.

“He oído sobre el libro que has publicado, y quería felicitarte por ello”, le decía, “Quizás algún día podamos juntarnos a tomar un café y hablar sobre ello. Gabriel, tu hijo, también te dice que te extraña”.

Claramente, “Conócete: eres todo”, había sido un buen libro. Él nunca había creído que podría ser un escritor de autoayuda y, de hecho, ni siquiera le gustaba leer. Pero un día se le ocurrió que podría socorrer a los demás en sus intentos de conocerse a sí mismos, es decir, conocerlo a él, a su yo divino, y así ser más exitosos en la vida: de esa forma, podría contribuir a crear ese futuro del que le había hablado Ethum en el que los mietan pieder no fueran necesarios. Comenzó, pues, su labor  y un mes después terminó, y nunca disfrutó nada tanto como eso.

Radiante de alegría, pero sin tener ganas de contestarle a ninguna de esas mujeres, Ricardo dejó su teléfono a un costado, le pidió a su mayordomo que ordenase que bañaran a su querido Waldo, pues aquella tarde era hermosa para salir a pasearlo. Ah, y pidió una limusina para la tarde, pues debía ir a visitar al presidente para aconsejarle prudencia, ya que se acercaban malos tiempos para la economía –aunque la suya fuera mejor que nunca, igual que todo lo demás.